domingo, 28 de junio de 2015

Lascas

Crecer implica dejar atrás el niño que se fue, tanto físicamente como psíquicamente, pero el infante que fuimos se queda dentro de nosotros, como una luz que nos llena de todo lo bueno que eramos, un deposito repleto de fe, ilusión y bondad que bombea esto brillos al adulto alopécico en el que nos transformamos.

Cada golpe que recibe el adulto, lo sufre el pequeño, cada media sonrisa, cada mirada sesgada, cada mentira, cada promesa truncada, cada pacto quebrado, cada acuerdo engañado,cada media verdad, cada navajazo al bajo vientre, cada pisotón recibido (con tacones o no), cada grito ahogado, cada caricia olvidada, cada abrazo laxo, cada beso esquivo, cada codazo rastrero, cada mentira piadosa, cada reunión hipócrita, cada falsa reverencia, cada arrodillamiento laboral, cada caldera estropeada, cada frenazo con el coche, cada instante perdido, cada playa ausente y cada cuarto decreciente hacen saltar lascas al niño que habita dentro de nuestro adulto alopécico. Un gramo menos de fe, un poso más de oscuridad y un pellizco menos de futuro.

El adulto mata al niño, como el tiempo al adulto, sin remedio y con pasión, nos vaciamos de pureza y nos llenamos de inmundicia, cada lasca perdida nunca será recuperada, no es un Lazaro que se levante y ande a voluntad, como mucho es un Frankestein creado con muñecos y retazos de algo que ya no se es.

Lascas reventadas a golpe de vida, pedazos levantados a fuerza de destino, silencios aferrados a almas perdidas.

PD: Una primera personal del plural cobarde y baldía sustituye a un singular valiente y fecundo.