Brausencito recorre con ávidos ojos algunos de los escritos de Alejandro (el cual solo fue llamado Alex por su santa madre). Ha decidido sacar a la luz uno basado en un pasaje del libro: Juegos florales de Sergio Pitol.
Era inmundo el estado del campo santo en que se encontraba el ataúd, abandonado y vejado continuamente por algún tipo de secta satánica que usaba aquel destartalado cementerio para sus paranoicas ceremonias.
Los amigos y familiares del finado no comprendían el porque de enterrar allí a Mario ya que su posición social era más que desahogada. Achacando a la excentricidad la toma de esa decisión partieron cada cual a su hogar.
Sólo su viuda comprendía que hacía el cuerpo de su marido allí sepultado: un deseo inusitado de venganza, que sufriese eternamente las culpas de su vida terrena.
He aquí que la viuda, llamada Violeta, tenía preparado perfectamente su plan de revancha eterna. Comenzó a escribir a las médiums más reputadas de toda Europa, por alguna razón consideró que las mujeres centro europeas tenían canal abierto con los muertos ya fuesen rusos o japoneses, y concertar citas con ellas.
Aún se recuerda en la consulta de la señorita Ingerson (que a pesar de rondar los noventa años insistía en su condición de señorita) el encuentro con Violeta. Tras el pago por el adelantado de una cantidad nada desdeñable de oro, la señorita Ingerson comenzó a realizar sus famosos movimientos preparatorios de incalificable obscenidad para cualquier observador que la contemplase por primera vez. Tras unos instantes de tensa calma, solicitó a Violeta el nombre del espíritu con el que deseaba conversar, sin vacilar la viuda contesto: "Mi marido Mario". A continuación la señorita Ingerson cambió radicalmente de voz, e incluso como recordaba posteriormente Violeta de acento, y pronunció un : "Hola" que dejó helados a todos los presentes. En ese momento una de las damas que acompañaban a la inconcebible señorita Ingerson indicó con un sutil ademán que la transmutación de almas se había llevado a cabo y Mario hablaba en boca de la estrambótica anciana. Violeta comprobó la identidad del supuesto Mario con alguna pregunta intima que sólo él debería conocer la respuesta. Fue ya una vez asegurada la presencia de su marido cuando lentamente, comenzó un discurso, que sin lugar a dudas había preparado con sumo cuidado, en donde declaró de manera tan fría como impasible, que no pensaba dejar descansar en paz a Mario. Violeta fue perdiendo poco a poco las formas y acabó insultando procazmente al finado. La señorita Ingerson se revolvía tratando de controlar el espíritu ajeno que albergaba, la escena acabó con Violeta obligada a abandonar la sala por la fuerza, fueron necesarios los dos nietos más hercúleos de la señorita Ingerson para sacar a la desquiciada clienta de la consulta.
No sería esta la única vez que la viuda solicitó esta clase de servicios y siempre con el mismo resultado: insultos y gritos, ya fuesen al alma de su marido muerto o la médium por considerarla un fraude. En más de una ocasión hubo de intervenir la fuerza pública para calmar los ánimos.
Las videntes se negaron a recibir a Violeta, a pesar de usar nombres falsos y estar dispuesta a pagar cifras disparatadas por su ayuda, su plan de castigo eterno a Mario corría peligro.
Negandose a abandonarlo, fue ella misma la que comenzó el estudio de las ciencias ocultas. Pasaba largas horas leyendo vetustos libros adquiridos a dudosos magos de esquivas miradas. Su biblioteca esotérica creció a la misma marcha que menguaban sus rentas. Todos temían por su salud mental.
Su única hermana trataba de evitar esta afición, invitándola a exóticos viajes, fastuosas fiestas y todo tipo de espectáculos, pero Violeta ponía cualquier excusa para no asistir a tales eventos. Una vez Luisa, olvidando el miedo que sentía hacía su hermana mayor:
-"¿Por qué, Violeta, por qué todo esta locura?, ¿Qué te hizo Mario?"
-"Luisa, no lo entenderías."
Y así vivió años y años, invocando ella misma el espíritu de su marido para martirizarle con insultos y asetearle con todo lo que más odiaba Mario en vida, creando un puente de ira entre dos dimensiones.
Luisa siempre pensó que su hermana fue feliz gracias al odio como ella lo había sido gracias al amor.
Brausencito ha tecleado esta historia de Alejandro (sólo su madre se atrevió a llamarle Alex) mientras escuchaba a su último gran descubrimiento musical: The gaslight anthem.