lunes, 2 de marzo de 2009

Cuero IV

Perdido en el diluvio de mi vida transcurrieron un par de nebulosos lustros hasta que volví a tener noticias del escritor metódico. No sé muy bien como, me había trasladado al menos dos veces de domicilio en ese periodo, llegó a mí casa un paquete cuyo remitente era él. Al desempacarlo me encontré con nada menos que su inseparable cilindro de cuero con su sistemática obra concluida y firmada. Una escueta nota acompañaba al bulto, la transcribo literalmente:

"Conseguí acabar mi misión y he aquí el resultado. Al lugar a donde voy no la necesitaré más. He grabado a fuego en mi alma las dos mil quinientas veintitrés palabras que le robe a los dioses y plasmé en esos papeles. Puedes leerlas tanto como desees, pero jamás dejar que nadie más lo haga y destruirlas cuando sepas que vas a morir. Sé que cumplirás mi última voluntad."

Traté de ponerme en contacto con él para que me explicase su enigmático escrito pero como suponía,cuando al fin lo localicé, su residencia habitual había pasado a ser el cementerio municipal de su pueblo.

Dubitativo, indeciso e iracundo me revolvía en la cama sin saber que hacer, aquellas hojas tenían un enorme valor literario, al menos en mi opinión, y una promesa no hecha me impedía el publicarlas. Soñaba con ser el nuevo Max Brod, pero algo dentro del propio texto evitaba que lo hiciese, era como si realmente no pudiese hacer lo que yo mismo tanto deseaba.

Han pasado unos años desde aquello, al final no he publicado ni una sóla de esas palabras maravillosas, de hecho acabo de lanzarlas por la taza del váter convertidas en decenas de pedazos. Nadie más las leerá nunca.

Esta mañana me han confirmado que un cáncer devora mis entrañas, he visitado a dos especialistas y ambos me han asegurado el mismo diagnóstico. Dentro de poco yaceré en el asiento delantero de mi coche, perdido en el arcén de alguna carretera secundaria asfixiado por sus propios gases. Dicen que es una muerte indolora, no podré ni corroborarlo ni desmentirlo.

Han tenido que pasar décadas y sufrir una enfermedad mortal para darme cuenta que el escritor metódico fue un hombre feliz y no la anécdota tarada que yo creía, de hecho lo poco de especial que he vivido se lo debo a él, a un ser desconocido que se cruzo en mi vida y la ilumino sin yo darme cuenta. Nunca más encontré semejante esplendor, mi biografía es un largo túnel incoloro con una única tronera rebosante de luz, por la cual no quise mirar . Encontré al maestro perfecto pero no acepte ser su pupilo.

No concibo mejor homenaje que morir abrazado a su cuero, con esta confesión en su interior.