martes, 2 de diciembre de 2014

La fiesta de la insignificancia - Milan Kundera

Tuve una racha de leer de manera compulsiva a Kundera: La broma, La lentitud y como no, la gran conocida de su obra: La insoportable levedad del ser. Grata fue mi sorpresa cuando descubrí: La fiesta de la insignificancia, su última novela.

El libro habla de un grupo de amigos maduro, en un momento del tiempo, que nada tiene de especial, se celebra una fiesta, discuten sobre Stalin, uno de ellos rememora a su madre, podría ser otro día en sus vidas pero es ese, uno que no se distingue del resto, uno que les acerca al fin de sus vidas.

El librito es como una pequeña colección de curiosidades: la relación de entre Stalin y Kalinin, la broma de las veinticuatro perdices,  gastada por el dictador soviético a sus secuaces, recorriendo esa tibia frontera entre lo que unos consideran broma y otros vera (y en la que se mueve toda la encantadora novelita), ya que no son capaces de concebir al gran líder  con la capacidad de generar chascarrillos. También son interesantes la teoría de los perdonazos, aquellas personas que tienen una tendencia innata a pedir perdón, "el que pide perdón se declara culpable. Y si te declaras culpable, animas al otro a seguir insultándote y a denunciarte públicamente hasta la muerte. Éstas son las consecuencias fatales del que pide perdón el primero". O aquella otra hipótesis acerca del buen humor, con una sonrisa todo es posible, absolutamente todo.

Pero quizás la más perspicaz es la que da título al libro: La insignificancia, esa cualidad que nos adorna a la gran mayoría de los mortales, y de la que muchos reniegan, puesta en relación con otra de las constantes en la obra de Kundera, las mujeres: "cuando un tipo brillante trata de seducir a una mujer, ésta tiene la impresión de entrar en una competición. Ella también se siente obligada a deslumbrar. A  no entregarse sin resistencia. Mientras que la insignificancia la libera. La descarga de preocupaciones. No exige ninguna agudeza. La despreocupa y, por tanto, la hace más fácilmente accesible".

El último libro de Kundera que debería ser el primero en ser leído para aquellos que le desconocen
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sábado, 15 de noviembre de 2014

Jesucristo bebía cerveza - Alfonso Cruz


Los que estamos perdidos en el diluvio, flotando sin impulso en el mar de los otros, movidos por golpes de corriente ni queridos ni deseados, a veces, juntando toda la fuerza que somos capaces de reunir, nos aferramos a una boya, porque nos va la vida en ello, y tratamos de resistir ligando nuestro destino al suyo, habitualmente, esta desesperación hace que ambos nos hundamos sin remedio. 

Rosa vive en una aldea perdida del Alentejo, región de Portugal, cuidando de su abuela, cuyo mayor deseo es visitar Jerusalén antes de morir. El profesor Borja, a sus sesenta años, se dedica a hacer pintadas en un impoluto muro blanco con citas de  Diógenes de Enoanda, ambos se bambolean en la riada del diluvio, chocándose, pensándose que cada uno es su salvavidas, equivocándose ambos.

Rosa tiene un físico que hace a los hombres seguirla con la mirada y devora con devoción un librito del oeste llamado: La muerte no oye al pianista. Borja, tiene a la soledad como amiga y un fracaso como herencia sentimental. Su encuentro es una casualidad, ¿Cómo no?, el Profesor se encuentra con nieta y abuela cuando atropella a un jabalí y queda prendado en el momento de la velluda belleza de Rosa.

Aquí es donde Borja cree encontrar su isla perdida en el océano de la vida, volcará toda su voluntad en hacer real el sueño de la abuela, tratará de transformar esa pequeña aldea del Alentejo en Jerusalén, una tarea que le llenará de vida y vigor, ilusión y amor, vomitando en ella una ilusión acumulada en preciosos años de ahorro.

Lo más interesante del libro es que Alfonso Cruz deja abierto el debate sobre qué o quién es lo que impulsa a Rosa a moverse: ¿el amor a Borja o la adoración a Harold Estafania, protagonista de La muerte no oye al pianista? ¿Renunciar a un amor terrenal para dar vida a un amor eterno? Rosa con su inesperada acción creará un mito, una leyenda en el Alentejo. 

Para algunas personas, su devenir caótico diario tiene explicación y solución en la eternidad.

Gran libro, magníficamente escrito, lleno de pequeñas reflexiones que grandes significados: "Uno grita cuando está solo, piensa. Cuando hay otras personas dispuestas a escucharnos no nos hace falta gritar". Que como esta dan para ración y media de pensamiento.


domingo, 2 de noviembre de 2014

Stoner - John Williams


John Williams habla del gris y del marrón, de esos tonos de color que se confunden con el suelo y el pavimento, que generan la mayoría de paisajes que nuestros ojos contemplan, el protagonista de la novela: William Stoner es un claro ejemplo de ello, un ser que no se distingue de entre sus semejantes, aplastado contra el lienzo de la normalidad y vulgaridad, su relieve no se alcanza a distinguir si te alejas diez pasos de la pintura: Un profesor asistente de literatura con sólo una obra publicada, uno como tantos entre los miles que han existido y existirán, uno tan diferente al resto como lo son dos copos de nieve, solo se distinguen sus diferentes aristas si te acercas a ellos con la suficiente calma.

Su vida es normal, sin extraordinarios avatares o estridencias típicas de los argumentos de las novelas. Encuentra su vocación en la enseñanza y una mujer con la que casarse de manera temprana, su existencia está encauzada en unos railes los cuales nunca abandonará. Un tipo encasillado en los márgenes de la habitualidad, un día a día anclado en los pilares de la rutina, un perdedor alejado de las alfombras rojas y de las portadas de los periódicos.

 

Pero John Williams hace que su personaje; Stoner sea mucho más que eso, la mirada de alguien ajeno a él podría muy, fácilmente, calificarle como un ser anodino carente de interés, pero el autor nos hace acercarnos poco a poco a su figura, para ir descubriendo que bajo ese traje gris recubierto del polvo de los libros antiguos que adora, resplandece, irradia, emite una luz propia que provoca que vibre en el aire un halo de amor distintivo y único de Stoner.

 

Y la clave de esa manera de contemplar a Stoner de dos manera distintas se ve en este pasaje de la obra: La memoria de Stoner recorría los hechos de su vida, y los calificaba como suspensos, pero de repente, "recordó vagamente que había estado pensando en el fracaso... como si importará". Y en esta frase está todo el sentido de la obra de Williams, ya que Stoner, lo había hecho todo lleno de desinterés, paciencia de orfebre y mirada de relojero, cuando se hace eso, no se fracasa, se vive.

 

Williams crea un antihéroe que es un verdadero apóstol  de la vida: "No se trataba de una pasión ni de la mente ni de la carne; era más bien una fuerza que comprendía a ambas, como si fuese, más que un asunto de amor, su sustancia específica. A una mujer o a un poema, simplemente decía: ¡Mira" Estoy vivo". Roto el gris en millones de teselas de colores ilumina con su ejemplo nuestra opacidad, una canción que nos haga estremecer, un beso tierno y lento en la mejilla que te haga sentir electricidad en la espina dorsal, un rayo de sol que caliente tus pies en el frio invierno, un paseo viendo los cambios producidos en una calle mil veces transitada, esa es la vida donde no cabe el fracaso, donde solo se alberga la luz, en la cual el gris es solo un disfraz.

 

Stoner, me ha hecho vivir en todas sus facetas: llorar, hundirme, reír y resurgir.





lunes, 8 de septiembre de 2014

Ardiente secreto - Stefan Zweig

Tres personajes, un triángulo escaleno con los ángulos muy desiguales entre sí: un aristócrata, un púber y una madre, los lados se mueven de una manera sutil y natural hasta que dejan en el centro al niño, protagonista absoluto de este libro de Stefan Zweig.

El barón buscaba una  presa con la que poder ejercitar sus dotes de seducción, sus cálculos fríos y metódicos incluían en su ecuación al hijo de su objetivo, a través de él podría acercarse a ella sin hacer esfuerzos, de una manera tan natural como perversa. Ella, estaba en ese momento en que "una mujer tiene entonces que decidir entre vivir su propio destino o el de sus hijos, entre comportarse como una mujer o una madre". La X de esa ecuación, que plantea el Barón, el niño que se emociona ante la amistad de tan distinguido personaje, que rivaliza con su madre por su atención, sin darse cuenta que no es más que un instrumento, un peldaño de una escalera que usa el aristócrata para recoger un fruto del Árbol de la Ciencia

Perdido la inocencia, vislumbrada la realidad, "ahora sabía que los adultos mentían, que recurrían a excusas mezquinas, descaradas, a mentiras que se escurrían por entre los hilos de la estrecha maraña", deja de ser un cándido y empieza a ser un adulto, aprende deprisa, ve "que él que hacía una hora se creía que lo sabía todo, había pasado por miles de secretos y cuestiones sin prestarles ninguna atención." Reflexionando, asesina a su propia niñez, con sus pensamientos afilados degüella lo que quedaba de puro en su vida, "y le pareció como si allí, donde las montañas se deshacían lentamente en el cielo brumoso, yaciera su propia niñez".

En un final magistral, Edgar, el niño se convierte de golpe en adulto, se da cuenta que ha pasado una época de su vida que es imposible de recuperar, pero que delante de sus pies existe un mundo lleno de caminos que él tiene la posibilidad de recorrer, "por primera vez había barruntado la enorme diversidad de la vida. Por primera vez creyó haber entendido la naturaleza humana, que las personas se necesitaban unas a otras, aun cuando les pareciera que eran enemigos, y que es muy dulce ser querido por los demás."

Una novela sobre el aprendizaje totalmente inusual, donde el paso de niño a no niño (algunos nunca nos haremos hombre y/o adultos) está perfectamente descrito y analizado.





miércoles, 25 de junio de 2014

Brilla, mar del Edén - Andrés Ibáñez

Este libro es una metáfora enorme, desde su primera página hasta la última letra impresa de la hoja que cierra el volumen, de algo tan grande y tan difícil de describir como es la vida. Aprovechando el argumento de Lost, náufragos perdidos en una isla imposible de localizar, Andrés Ibáñez escribe su Brilla, mar del Edén.

Un trozo de tierra rodeado de mar es la maqueta de la tierra, un pedazo de piedra rodeado de nada, y en ese lugar perdido cada superviviente se encuentra con su vida, con trozos del pasado que parecían olvidados y han viajado anclados al fuselaje del avión para sorprender con su presencia, nuevas oportunidades que nacen de entre la densa vegetación, platillos volantes que son buscados y añorados por quien nos lo ve. Una amalgama de sucesos que impactan al grupo mientras tratan de sobrevivir en un lugar adverso y duro, se crea una sociedad con sus reglas y líderes, personas que se aprovechan de otras, idealistas que viven en su nube y conservadores que se escandalizan ante la presencia de un cuerpo desnudo.
Pero la novela de Ibáñez tiene ese toque de ciencia ficción que hemos visto En el mundo en la edad de Varick y en Memorias de un hombre de madera (dos de sus obras anteriores), aparece una misteriosa organización llamada SIAR que parece controlar toda la isla como si fuese un gigantesco experimento  psicológico, un gigante azul (el Doctor Manhatan) va lanzando rayos sanadores/mortíferos a los pobres desdichados/afortunados que se encuentra y una pradera de la infancia de Juan Barbarin, un gato sensual y el protagonista del libro, que significa la felicidad y buscan con ansia los seguidores de Pohjola y Llewelyn. Con estos matices las posibles interpretaciones se multiplican por varios millares.

Entre tanto se cruzan las historias personales de Wade, maravillosa concepción del creador de ideas que se las cede a los escritores, Roberto B y Xóchitl donde el estilo de Ibáñez homenajea al gran escritor chileno, incrustado en la trama del libro como un personaje más y la terrorífica historia de Noboru  dentro de Aum.

Pero es de la mano de Juan Barbarin donde se va ascendiendo por el entramado creado por Ibáñez, esa ascensión, literal en su caso, por varios estadios de la vida del hombre, siempre buscando su pradera y escalando hacia el volcán, aprendiendo: "Somos dueños de lo que tenemos y también de los huecos que hay entre las cosas que tenemos. Pero los huecos, el silencio, son lo más importante. En la respiración, el momento más importante es el que sigue a la exhalación. Durante un instante, la respiración se detiene y, por espacio de apenas de un segundo, vivimos sin necesidad de respirar. Durante ese instante somos inmortales. Durante ese instante no somos animales, estamos libres de los ciclos de la naturaleza. También la mente se detiene durante ese instante, y de pronto podemos ver. La claridad desciende sobre nosotros. La consciencia se hace ilimitada. Luego el mecanismo, el cuerpo, comienza a respirar de nuevo".

Quizás realmente todo lo anterior sea un simple truco para enmascarar el verdadero motivo de la novela: el amor, un amor que rebasa a la vida, entero, volcánico, luminiscente, grande como un planeta y tan ñoño como solo puede ser el de un tímido que finalmente destapa sus entrañas repletas de sentimientos, flores, mariposas y música (Bruckner en el caso de Juan Barbarin). Tan jodidamente ñoño y verdadero que no queda más remedio que rendirse a esas señales que aparecen en las sendas y dan sentido a unir las manos y sobre todo, los pasos; a esas luces que aparecen aunque sea en vidas anteriormente exprimidas: "Un gesto que siempre me conmueve y me intriga. Un sendero bajo los sauces. Una historia de amor en medio del mundo. En medio del ruido y del polvo del mundo"




miércoles, 11 de junio de 2014

¡Puta guerra! - Tardi y Verney


Las palabras pueden crear tantos efectos como personas las pronuncian o escriben, Verney trata de escoger las más gráficas para describir el horror que sufrió el combatiente francés en la Primera Guerra Mundial, pero como a veces, el lenguaje no es suficientemente contundente, necesita el acompañamiento de ciertas imágenes para dotarle de un desgarro como el que tienen los dibujos de Tardi, ambos talentos unidos crean: ¡Puta Guerra!, un magnífico resumen de los años que van de 1914 a 1919, donde los hechos son expresados con claridad contundente, sin gasas que vistan la miseria de heroicidad y la muerte de sacrificio.

Quizás ese es el grave peligro de las palabras, inflaman la voluntad del hombre con mucha eficiencia. En el mes de Agosto del catorce todo era patria, victoria, gloria, atacar y vencer. Los soldados acudían al frente creyendo que el enemigo estaba al otro lado de la frontera  y que en dos meses tras una batalla decisiva volverían triunfantes en sus uniformes de gala a recoger las flores que les lanzarían las mujeres anonadadas por su hombría y épico triunfo. 

¡Todo mentira! La realidad que se encontraron estaba compuesta de fango, sangre y metal, aderezada con miedo, heces y metralla, en muy poco tiempo se dieron cuenta que se encontraban atrapados entre la bayoneta enemiga y el sable amigo, dispuesto a atravesar sus entrañas, si el terror les congelaba la voluntad y eran incapaces de lanzarse a la carga con el espíritu que se presume a un buen soldado que sirve a la patria.

Los autores dejan claro que en la guerra no existe ni la gloria, ni el honor, que tan solo hay entrañas descomponiéndose entre alambradas y sangre salpicando las caras de todos los implicados, especialmente los que más alejados están del frente de batalla. Y esto tan simple y tan real es duro de aprender, al acabar la Primera Guerra Mundial, solo tuvieron que pasar dos décadas para volver a caer en ese agujero negro, ni siquiera muchas personas que vivieron la Gran Guerra aprendieron lo terrible que es, y volvieron a usar palabras como honor, victoria, imperio para camuflar al fantasma de la muerte en vida.

Magnífica obra