sábado, 24 de abril de 2010

Arcade Fire - No Cars Go

Hacía mucho que no recomendaba alguna canción y ayer me vino la inspiración o simplemente el recuerdo, estaría perdido en mi cabezota dura, y dio la casualidad que la pincharon en Moby Dick justo antes de terminarme mi chispazo y recordé lo mucho que me ha hecho disfrutar está tonadilla.
Una de esas canciones que dice tanto por la letra como por la increíble fuerza de su música.
El tema es: No Cars Go de los canadienses Arcade Fire. Se encuentra en su disco Neon Byble, titulado así como homenaje a John Kennedy Toole, el genial creador de Ignatius Reilly.
La traducción del ingles es de un humilde servidor, abstengase de mandarme cartas bombas por su nefasta calidad.

No Cars Go
:
We know a place where no planes go
We know a place where no ships go

(Hey!) No cars go
(Hey!) No cars go
Where we know

We know a place no space ships go
We know a place where no subs go

(Hey!) No cars go
(Hey!) No cars go
Where we know

(Hey!)
(Hey!)
(Cars go!)

(Hey!) Us kids know
(Hey!) No cars go
Where we know

Between the click of the light and the start of the dream
Between the click of the light and the start of the dream
Between the click of the light and the start of the dream
Between the click of the light and the start of the dream

I don’t want any pushing, and I don’t want any shoving.
We’re gonna do this in an orderly manner.
Women and children!
Women and children!
Women and children, let’s go!
Old folks, let’s go!
Babies needing cribs, let’s go!

No llegan coches

Conocemos un lugar al cual no llegan aviones
Conocemos un lugar al cual no llegan barcos

No llegan coches
No llegan coches
a donde nosotros sabemos

Conocemos un lugar al cual no llegan barcos
Conocemos un lugar al cual no llegan submarinos

No llegan coches
No llegan coches
a donde nosotros sabemos

Nuestros niños lo saben
No llegan los coches
Donde nosotros sabemos

Cuando apagamos las luces y comenzamos a soñar
Cuando apagamos las luces y comenzamos a soñar
Cuando apagamos las luces y comenzamos a soñar
Cuando apagamos las luces y comenzamos a soñar

No quiero empujones, no quiero apreturas
Vamos a hacerlo de manera ordenada
Mujeres y niños
Mujeres y niños
Mujeres y niños, ¡Vamos!
Ancianos, ¡Vamos!
Los niños con sus cunas ¡Vamos!

Por último el video:





domingo, 4 de abril de 2010

Andanzas del impresor Zollinger

Pequeña reseña e impresiones sobre la obra: Andanzas del Impresor Zollinger, manufacturada por Pablo D'Ors

No sé me ocurre otra manera mejor de definir este libro que como una fábula. Una fábula con diversas moralejas, insinuadas como leves caricias del lenguaje, brisas de lucidez en la marea de la vida.

Y no es otra cosa que una vida lo que nos cuenta D'Ors,con sus pasos, sus tropiezos, sus aprendizajes, sus fantasmas terribles y beatíficos: "Sabía que la vida de los hombres, cuando envejecen, se va poblando de fantasmas. Y sabía también - lo iba sabiendo- que son esos fantasmas los que, después de todo, ayudan a vivir".

En cada estación que recorre August Zollinger se deja un poquito de su ser y añade una pizca nueva a la amalgama de su alma. Como empleado de la Ferrovia descubre el amor y la muerte, en el tercer batallón de cabellería descubre la amistad; "Se caminaba mejor con esa mano ahí; se sentía muy solo sin su amigo. Ahora que había conocido la amistad, comprendía que tenía un nuevo motivo por el que sufrir".
En los bosques de St. Heiden aprecia el valor de la naturaleza, en el magnífico ayuntamiento de Appen-Tobel la dignidad del oficio; "Él hacía todo aquello por la dignidad del oficio mismo y, pese a la indiferencia generalizada, nunca dejó de creer que poner un tampón bien fuese mucho mejor que ponerlo mal." y Así avanza el cada vez menos joven August, con paso vacilante y firme a un tiempo, aprendiendo, sufriendo: viviendo; "Siempre es así: los mejores hallazgos van precedidos de los más grandes fracasos y de los más hondos sentimientos de perdida".

Y ahí esta la fabula planteada y que mejor que recoger el guante y leerla entera, para despedirme una ultima cita del propio libro: "Más allá de su voluntad explícita, que avala y sostiene mi empresa narrativa, aquello que realmente determinó que me pusiera manos a la obra fue la convicción de que August Zollinger (y no se me escapa que las letras iniciales de su nombre son la primera y la última del abecedario) es, cierto sentido, cada uno de nosotros."