Y allí apareció él, vestido en un azul metálico tan brillante como pulcro. Ella no pudo reprimir un gesto de asombro al ver aparecer aquella refulgente figura. No era la primera mujer que se quedaba prendada por los rasgos de aquel dentista. Analizados fríamente; no había en su rostro nada que sobresaliese del común; pero era la conjunción de todos ellos, quienes le daban un atractivo animal; del cual su dueño no era desconocedor.
Por aquella fecha, ya serían tres los años que el dentista innovando en la forma, ya que en el fondo seguía con total severidad la mayor de las ortodoxias, del negocio molar. Basado en el simple principio de adornar su producto a sus clientes; trataba de hacer lo más llevadero posible el mal trago que debían ingerir cada uno de sus pacientes.
Escondió el instrumental, tan agresivo a primera vista para el desconocedor, en disimulados armarios.
Seleccionó música relajante y tenue donde acunar los miedos de sus pacientes.
Amortiguó los ruidos de los aparatos hasta el límite tecnológicamente posible.
Acarició con su sonrisa a cada visita.
El éxito de su innovación no se hizo esperar y las citas se le amontonaban al mismo ritmo que los euros en su cuenta bancaria. En la rápida propagación de su "método" no hay que menospreciar el papel que tuvo su atractivo, no fueron pocas las personas que pidieron cita sólo para comprobarlo con sus propios ojos. Ojos que quedaban pasmados por su irreal belleza, como esculpida en un mármol no nacido en este planeta. Su educada frialdad despertaba las más ardientes de las reacciones, no fueron pocas las veces que el dentista se vio obligado a rechazar propuestas de todo tipo y color.
Él estaba obsesionado por la belleza, pero por una belleza muy particular.