He leído: Morir en África de Luis Miguel Francisco, maravilloso documento sobre los acontecimientos acaecidos en la comandacia de Melilla en 1921. Miles de españoles y, por supuesto de marroquíes, murieron durante esa campaña. El ejercito colonial español fue obligado a retirarse de todo el frente y situar sus líneas defensivas muy cerca de Melilla.
Durante ese proceso hubo posiciones que fueron asediadas varios días bajo el sol inclemente del verano africano, y que estando aisladas por el enemigo no pudieron recibir ayuda en ninguna de sus formas, los mayores exponente de estas circunstancias fueron: Igueriben o Monte Arruit. Su única elección era la resistencia hasta la muerte o una rendición en inciertas condiciones, bajo estas premisas, que bordeaban la tragedia, muchos actores se comportaron como auténticos héroes griegos: se sacrificaron por sus compañeros, vertiendo generosos su sangre para mayor gloria del altar de la patria (como bien podría haber escrito algún periodista de la época).
Estas luminarias tan brillantes son capaces de dejar en la sombra el continuo de una vida anterior, es tan grande la supernova de ese instante, tan inusual, que revienta la solidez de un día sumado a otro, hasta alcanzar miles. Pudo suceder que el valor de ese sacrificio visceral ocultase la infamia de un ser deleznable, o incluso a la inversa, la flaqueza de un terror incontrolable, cubriese de oprobio un historial de servicio intachable.
El ser humano se suele fijar en estos instantes tan colosales en vez de tener en cuenta los largos días de leves altibajos, pondera más una locura brillante que un valor, oscuro, obstinado y obediente. La verdadera audacia, no ocupa las páginas de los libros; ya que es pequeña y callada, silenciosa en su proceder y enemiga de los focos. Se ocupa de alimentar a los hijos trabajando largas horas, de cuidar a unos padres desvalidos olvidandose de las necesidades de uno mismo o de limar las esquinas de una rutina gris con una lima de color. Se necesita tener muchas agallas para hacer eso, ya que sabes que nadie te lo va a agradecer, protagonizaras novelas, ni se acordará nadie de ti cuando pasen unos instantes.
Sin vestir galones, ni enarbolar banderas, sin uniformes, sin oriflamas áuricas que adornen sus balcones, habitan entorno nuestro verdaderos héroes de lo cotidiano, gigantes de ternura que habitan universos pequeños que llenan con su luz, acostumbrados a pasar desadvertidos e inasequibles a la derrota, continúan peleando por hacer un mundo levemente mejor a los que le rodean. El mundo cambiará cuando ellos sean los protagonistas y los otros los olvidados.