lunes, 30 de marzo de 2015

Valor

He leído: Morir en África de Luis Miguel Francisco, maravilloso documento sobre los acontecimientos acaecidos en la comandacia de Melilla en 1921. Miles de españoles y, por supuesto de marroquíes,  murieron durante esa campaña. El ejercito colonial español fue obligado a retirarse de todo el frente y situar sus líneas defensivas muy cerca de Melilla.

Durante ese proceso hubo posiciones que fueron asediadas varios días bajo el sol inclemente del verano africano, y que estando aisladas por el enemigo no pudieron recibir ayuda en ninguna de sus formas, los mayores exponente de estas circunstancias fueron: Igueriben o Monte Arruit. Su única elección era la resistencia hasta la muerte o una rendición en inciertas condiciones, bajo estas premisas, que bordeaban la tragedia, muchos actores se comportaron como auténticos héroes griegos: se sacrificaron por sus compañeros, vertiendo generosos su sangre para mayor gloria del altar de la patria (como bien podría haber escrito algún periodista de la época).

Estas luminarias tan brillantes son capaces de dejar en la sombra el continuo de una vida anterior, es tan grande la supernova de ese instante, tan inusual, que revienta la solidez de un día sumado a otro, hasta alcanzar miles. Pudo suceder que el valor de ese sacrificio visceral ocultase la infamia de un ser deleznable, o incluso a la inversa, la flaqueza de un terror incontrolable, cubriese de oprobio un historial de servicio intachable.

El ser humano se suele fijar en estos instantes tan colosales en vez de tener en cuenta los largos días de leves altibajos, pondera más una locura brillante que un valor, oscuro, obstinado y obediente. La verdadera audacia, no ocupa las páginas de los libros; ya que es pequeña y callada, silenciosa en su proceder y enemiga de los focos. Se ocupa de alimentar a los hijos trabajando largas horas, de cuidar a unos padres desvalidos olvidandose de las necesidades de uno mismo o de limar las esquinas de una rutina gris con una lima de color. Se necesita tener muchas agallas para hacer eso, ya que sabes que nadie te lo va a agradecer, protagonizaras novelas, ni se acordará nadie de ti cuando pasen unos instantes.

Sin vestir galones, ni enarbolar banderas, sin uniformes, sin oriflamas áuricas que adornen sus balcones, habitan entorno nuestro verdaderos héroes de lo cotidiano, gigantes de ternura que habitan universos pequeños que llenan con su luz, acostumbrados a pasar desadvertidos e inasequibles a la derrota, continúan peleando por hacer un mundo levemente mejor a los que le rodean. El mundo cambiará cuando ellos sean los protagonistas y los otros los olvidados.




sábado, 21 de marzo de 2015

Ser perdidos

Estar perdido es una cosa y ser perdido otra, la última parece algo que no es, nadie te ha perdido, eres tú quien sabes que no te encuentras, pero no por un instante, en la confluencia de un cruce o en el enmarañado entramado de unas calles estrechas y oscuras, sino que te sabes sin rumbo, derivando en una vida sin timón ni dirección. La consciencia de esa condición es el momento en que todo tiene sentido, de la contradicción máxima, nace la verdad del ser, surcar las olas de la vida dejandote bambolear, sin oponer resistencia, feliz en tu sin rumbo, gozando de cada momento que respiras.

La antítesis se hace sublime en un momento específico, cuando un errante y una perdida emprenden juntos un instante, un segundo, donde se rasga la oscuridad, se resquebraja el infierno de asfalto, donde laten dos almas vacías de sentido pero plenas de vida. Anhelantes de verdad, se comparten los itinerarios errabundos y perdidos por completo se ENCUENTRAN. Podrán surcar el mar ciudad, volar entre el gris contaminado y zambullirse en los mapas del mundo, porque siendo perdidos han hallado, sin esperanza ha nacido un arco iris, desfondados se han posado.

En la contradicción está la vida.