El ambiente era denso y azucarado, la habitación estaba apenas iluminada por una sombra anaranjada que no se sabía muy bien de donde procedía y que cubría con singular eficacia cada milímetro de la sala. El mobiliario era cuanto menos irregular, mezclandose modernismos imposibles con rotundos clasicismos. La música era mucho más audible que en un hilo musical normal y con una calidad extremadamente alta, no dejaba de sonar, y por tanto de acunar a los esperadores en ningún momento.
Aquella tarde gris y tulmutuosa, ella se revolvía incomoda en el abrazo inerte de aquel enorme sillón más propio de un salón del siglo pasado que de la sala de espera que se encontraba. Sonaba la Danza ritual del fuego de Manuel de Falla, mientras se maldecía por haberse dejado aconsejar por su amiga más atrevida e innovadora que ella en temas tan delicados como éste.
Justo cuando se encontraba dispuesta a abandonar el decimonónico mueble para salir con viento fresco, oyó una voz metálica que la reclamaba a entrar por una puerta recién abierta. Bastante inquieta avanzó con escasa decisión a una segunda estancia mucho más iluminada que la anterior.
Mientras le preguntaban sus datos personales, alergias y demás rutinas, ella se fijó en que las enfermeras habían abandonado el color blanco o verde hospital habitual en sus uniformes por otros muchos más alegres y brillantes. De las dos ayudantes que pudo localizar a primer golpe de vista: una llevaba un cuadro de Miró estampado en la pechera, en el cual los colores, las formas y las lineas se entremezclaban sin seguir ningún algoritmo solucionable facilmente. La otra iba más sobria siempre y cuando consideremos las rayas azules y amarillas más atemperadas que la composición anterior.
Como en un sueño se dejo guiar a la tercera y última sala que conoció aquel día. Nada hacia aparentar a aquel lugar ser lo que era. No es que fuese una experta en dentistas pero, durante su vida le había sido inevitable acudir a ellos para mitigar los dolores de muela según le iban atormentando. Con un rápido vistazo no encontró más que un sillón en el centro de la habitación, el resto de instrumental y elementos que aún guardaba en su memoria de visitas anteriores no estaban presentes. Por el contrario las paredes estaban forradas de unos azulejos diminutos que combinaban con singular maestría los colores del arco iris. Si hubiese mirado con intención hubiese distinguido entre la unión de las teselas discretos tiradores, que accionados convenientemente abrían los armarios, en los cuales, se almacenaban todos los elementos necesarios para la curación, extracción o tortura de toda clase de muelas y dientes existentes.
4 comentarios:
No sé cómo continuará la historia en la consulta, pero ya que hay que ir, no tiene mala pinta ésta...
Que bien escribes Brausen!
Sí, bueno, puede. Pero un poco de atención a esas comas...
Para el 2010 podremos leer la Parte II, Mr. Brausen??? ^_^
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