Una época puede estar marcada por una persona
como una persona puede estar marcada por una época de su vida, es más probable
que suceda lo segundo que lo primero. Para que un ser humano deje su impronta
en toda una etapa de la historia se tiene que cumplir una de estas dos
premisas: o que su personalidad sea gigante y por tanto arrastre la corriente
de su tiempo hacia su centro, o que su responsabilidad sea enorme y sea la
época la que arrastre al personaje. Este es el caso de Isabel II en la España
del siglo XIX.
Isabel Burdiel nos desgrana los pormenores de la
vida de Isabel II, desde que nace hasta que muere exiliada en Paris en 1904, en
un enorme trabajo de documentación y zapa, buscando entre miles de cartas,
especialmente interesante es la correspondencia entre María Cristina de Borbón
y su hija Isabel II, prensa de la época y todo clase de documentos y panfletos
que hacían hervir a una España que vivía una época de crisis y guerra.
En un sistema donde la figura de la reina era
fundamental, ningún gobierno podía mantenerse en el poder si la monarca le
retiraba su confianza, una estrategia común era el tratar de influir sobre su ánimo
para que forzase la salida de las personas que no interesaban de los gabinetes
y entrasen en él los afectos a cierta tendencia. Para tal propósito no se
ahorraba un real en estratagemas, el primer interesado en modificar las
opiniones de la reina era: Francisco de Asis, su señor esposo, primo y rey
consorte, que lideraba una camarilla ultra conservadora que en varios momentos
trató, incluso, de hacer ceder los derechos de su mujer al trono en favor del
candidato de la rama carlista.
Otras opciones para alterar el pensamiento de la
reina, era a través de su madre y su padrastro el Duque de Riansares, siempre
atentos a la posibilidad de medrar económicamente, y usando el más que
característico lazo entre madre e hija. Tampoco faltaron los intentos de llegar
al alma de la reina por su corazón; muchos de sus amantes tuvieron notable
influencia en la política de la época, o por la atribulada conciencia religiosa
de Isabel II, un esperpéntico ejemplo de ello es sor Patrocinio, la monja de
las llagas, que tuvo que ser alejada de la corte para evitar su influjo en la
real persona.
Una época tan maravillosa como inquietante, no es
de extrañar que Valle-Inclán hiciese sangre y sorna de esta época en sus obras
y llamase La Corte de los Milagros a los personajes que rodeaban a los reyes,
pero no hay que olvidar que muchos de los problemas que aún acechan a este país
tienen su origen en aquellos años.
Un libro perfectamente documentado que tiene la
gran virtud de ser ameno, ya que está narrado con un estilo ágil y ameno.