La vida te va dando señales, pequeñas
advertencias que normalmente desechas o simplemente ignoras, ya que están
carentes de significado, o quizás, y esto es lo más terrorífico, solo somos
capaces de interpretarlas a posteriori, darles su peso una vez el hecho de ha
consumado, sopesar su valor cuando ya nada puedes hacer.
Con La muerte de Alec, he experimentado una de
esas sincronías, un hecho relacionado no causal, en este libro ha aparecido
Macedonio Fernández personaje clave en el libro que me acabo de terminar: La
ciudad ausente, las posibilidades de que aparezca en ambos libros es pequeña.
Macedonio no fue una luminaria en su tiempo y aunque su sombra ha ido creciendo
con el paso de los años, no es un Galdos o un Dostoyevsky. Lo más curioso de
todo es que el libro de Darío Jaramillo habla sobre este tipo de señales, de los
"balbuceos del futuro en el presente". ¿Me querrá decir algo el bueno
de Macedonio y no sabe como?
El título del libro es bastante claro sobre su
argumento, la novela es una larga carta entre dos amigos, en la cual se
reflexiona sobre la muerte de un tercero y las señales que los días anteriores
precedieron a su muerte. Desde el primer momento sabemos que Alec va a morir,
tal como hizo el compatriota de Jaramillo, García Marquez, y añade toques de
misterio y esoterismo propios de Poe, creando un ambiente entre místico y
predestinado que le da a la obra un aire de fatal inevitabilidad.
El estilo de Jaramillo es extraordinariamente
cuidado, se nota que es un poeta y que cada palabra esta elegida con mimo en su
posición y concordancia, y consigue con su devoción por Felisberto Hernández y
su Casa inundada que esté buscando ese relato con furor.
Veremos que me deparan a mí esas pequeñas señales
que me manda la literatura, mientras tanto seguiré leyendo a Jaramillo, una
apuesta segura.