Intrincados pasillos, largas esperas, ruidos extraños, miradas perdidas, manos encontradas, aparatos mágicos, cientos de voces, carteles indicativos, normas severas, esperanza latente y miedo a quintales.
Un hospital es un lugar al que nadie quiere ir, siempre vamos forzados por nuestro cuerpo rebelde que se niega a funcionar correctamente y allí tratamos de convencerle, por las buenas o por las malas, a firmar el armisticio y deponer su lamentable comportamiento. A veces se consigue y otras no, nadie es tan sutil para conseguir vencer a alguien, por muy bueno que sea, en el cien por cien de las ocasiones.
Lo que hay detrás de esas largas esperas, normas severas e intrincados pasillos es vida en estado puro, arrancados los velos que creamos en nuestra vida cotidiana, se escucha solo el latir del corazón recién nacido y la respiración agonizante del moribundo.
Todo es tan bello y real, es todo una explosión de vida (muerte y vida dos caras de la misma moneda), sinceridad y amor: la mano nudosa de un anciano que busca la de su hijo para tener el valor suficiente e inspirar una vez más, mientras dos pasillo más allá una madre agarra la manita de su bebé que no es capaz de ni abrir los ojos. El instante cobra su verdadero valor, un segundo importa, una sonrisa muestra todo lo que es capaz -cuantas desperdiciamos a lo largo del día- y las lágrimas de alegría se mezclan con las de pena en el suelo de la misma sala de espera.
Al construir estas moles de cemento deberían tener en cuenta una cosa: colocar el nido en una zona de paso, preferiblemente de obligatorio transito en la entrada y salida del hospital, rodeada de cristales para que todos entrásemos o saliésemos de allí con una sonrisa reparadora en los labios.
2 comentarios:
:)
Qué lugares tan tristes son los hospitales, sólo nos gusta ir cuando hay nacimientos de por medio.
Aunque me parece buena tu idea de la ubicación del nido, no creo que a los papás y a las mamás les hiciera demasiada gracia que hubiera tal trasiego delante de sus bebitos.
Por último, te diré que es muy bonito el paralelismo entre las manos del anciano y del bebé, Brausen.
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