Aquella tarde inconcebible era resultado de una semana tan densa como tensa, maldecía a los vendedores de mi empresa que habían decidido colocar el exceso de stock en nuestra otrora colonia Filipinas, complicando mi labor hasta lo indecible. Justo cuando me debatía entre desatar el ataque de histerismo o el de pánico apareció ante mis ojos el cilindro de cuero que siempre iba unido a mi peculiar amigo.
Harto de todo aquel inútil papeleo decidí aceptar su sugerencia y salir en busca de una cerveza. Era algo que hacíamos habitualmente, sin previo aviso, como única ceremonia de invitación: un leve gesto de cabeza.
No tardó más que dos sorbos, largos e intensos eso sí, en confesarme su creciente desesperación. Llevaba más de un mes sin conseguir escribir una palabra, no es que antes su ritmo se pudiese calificar precisamente de frenético, a lo sumo dos o tres vocablos a la semana, pero siempre barajaba en su mente un amplio abanico de posibilidades para continuar el texto. Pero ahora era incapaz de seguir, atorado, varado, anclado en un baldío creativo que le mortificaba. Impresionado por su inutilidad, devoraba sediento de inspiración una caña tras otra.
Buscando a la musa inspiradora o a alguno de sus parientes mas cercanos, entramos en diversos, bares, disco bares, disco pubs y simples pubs que encontramos en nuestro camino. Insensible a la ingente cantidad de güisqui consumida, la llama creadora no terminaba de encenderse a pesar de que nuestras entrañas albergaban una cantidad altamente inflamable de alcohol.
Mi amigo se dejo embelesar por los ofrecimientos que recibimos de un charlatán e incompleto comercial, no recuerdo exactamente si era cojo o manco pero si puedo asegurar que le faltaba una extremidad, que nos llevó directamente a un antro en el cual una serie de jovencitas, y no tan jovencitas, se despojaban de las escasas prendas que vestían al son de ritmos supuestamente sugerentes.
Aturdido por el espectáculo me recoste sobre la agujereada imitación de piel que recubría los sillones del local, recuerdo a mi compañero de faena enfrascado en una conversación de tintes negociadores con una de las camareras. Le perdí de vista al poco tiempo, bebí lo que me quedaba de copa con más desgana que interés y me apresté a abandonar el lugar convencido que el escritor metódico no había encontrado a su ninfa literaria pero si una más corpórea y accesible.
Mayúscula fue mi sorpresa al verle recostado sobre una mesa, la más apartada del escaso público presente, escribiendo a un ritmo nada desdeñable. Di por sentado que su propósito había muerto de la peor manera posible: borracho en una andrajosa mesa de un bar de putas.
(Continuará o no...)
1 comentario:
Qué palabras añadiría el misterioso y borrachín escritor tras la conversación con la "trespiputa"? Brausen: cuenta, cuenta...
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