Este jueves tuve el placer de asistir a la representación de: El alcalde de Zalamea, que como todos sabéis nació de la pluma de Calderón de la Barca. El lugar fue el Teatro Pavón de Madrid, la versión y dirección se deben a la mano de Eduardo Vasco.
Puede parecer sorprendente comprobar como obras escritas en el siglo XVII, siguen teniendo una vigencia absoluta en nuestro mundo contemporáneo, pero en el caso de obras maestras, y aquí estamos hablando sobre una, no lo es. Esa es la razón por la que se siguen representando, por la que el público la aplaude cerradamente durante más de cinco minutos o por la que actores y actrices de gran nivel disputan por interpretarlas.
Calderón habla en su obra de la igualdad, de clases: villanos y nobles, de género: hombres y mujeres. Sobre estos dos ejes la acción va creciendo, sin olvidar nunca al humor que se hace presente en varios momentos del argumento, y de, manera más llamativa en estos dos personajes: Don Mendo y Nuño.
Ambos temas siguen demasiado vivos en nuestro siglo XXI, cuatrocientos años no han servido para limar diferencias en las cuestiones de género, no hace falta más que abrir cualquier periódico para darse cuenta de ello, ni entre nobles y villanos, los términos han cambiado pero los desniveles entre clases siguen siendo más que evidentes.
Mención especial se merece el personaje de Pedro Crespo, magníficamente interpretado por Joaquin Notario, es la voz de la sensatez, el sentido común y la inteligencia. No entiende de noblezas o machadas, sólo de hombres y mujeres felices y coherentes.
Valga este post para que alguien vaya a ver esta magnífica obra. En el Pavón hasta el 19 de Diciembre y posteriormente de gira por toda España.
domingo, 28 de noviembre de 2010
miércoles, 10 de noviembre de 2010
Darío Jaramillo - "Memorias de un hombre Feliz"
Este libro trata un tema tan controvertido como la felicidad, y si a eso le añadimos que el protagonista la alcanza asesinando a su esposa, alcanzamos un mejunje complicado de manejar y políticamente incorrecto en los días que corren. Quizás sea el reclamo perfecto para lectores fuera de la corriente general que arrastra a las masas lectoras, la editorial (Pre-textos) debería meditarlo.
El protagonista, Tomas es amante de las maquinas, de la precisión, de lo unívoco, poder montar y desmontar un aparato para que trabaje de la misma manera que antes, por eso prefiere la compañía de los artefactos al del género humano, bastante más díscolo en lo que a su funcionamiento se refiere. La obra es interesante y merece la pena ser leída, pero me voy a centrar en dos temas que toca el autor en ella. El primero es el principal del libro y el que le da nombre: La felicidad.
Tomas la alcanza de una manera harta simple, centrando su intelecto en amar su trabajo, fijarse en cada uno de los más mínimos detalles de la planta de producción que trabaja. En su tiempo libre se emplea en reparar relojes antiguos. Absorbido su tiempo casi absolutamente en eso no le da tiempo a divagar o pensar en otros temas que le apartarían de la senda de la sonrisa y le llevarían al vericueto de la lágrima. Centrar la mente en algo útil, provechoso o gratificante para uno mismo es necesario para un equilibrio que lleve a la felicidad, ya he citado en diversas ocasiones ese párrafo de Pablo D'Ors en el cual Zollinger es feliz haciendo zapatos, amando su obra. En el fondo Jaramillo dice lo mismo, baste para ejemplificarlo esta cita: "Tal vez la gran reforma educativa consista en que lo primero que todo individuo debe aprender en la vida es a disfrutar de su trabajo. No me parece difícil conseguirlo. Es más, me parece más difícil hacer el trabajo cuando se lo odia que cuando se lo ama. Con la ventaja adicional de que con el amor logra hacerlo mejor y que la curiosidad se despierte."
El otro tema que se toca en el libro y que a mí especialmente me ha llamado la atención es la reflexión del protagonista sobre la música. La odia, no soporta el continuo sonido estridente entrando por sus orejas. La explicación es fácil, nacido en un pueblo colombiano en los años treinta, no podía escuchar nunca o casi nunca la radio y menos aún en directo, sólo en las fiestas patronales de su villa. Nosotros, o yo al menos, he nacido envuelto en las siete notas, mamando melodías y gritando estribillos de serie de dibujos animados. Es algo tan natural como el caminar, pero para Tomas no, para él lo natural es trabajar en absoluto silencio, como lo es para mí escribir mientras escucho música.
Buscaré más libros de Darío Jaramillo, os mantendré al corriente.
El protagonista, Tomas es amante de las maquinas, de la precisión, de lo unívoco, poder montar y desmontar un aparato para que trabaje de la misma manera que antes, por eso prefiere la compañía de los artefactos al del género humano, bastante más díscolo en lo que a su funcionamiento se refiere. La obra es interesante y merece la pena ser leída, pero me voy a centrar en dos temas que toca el autor en ella. El primero es el principal del libro y el que le da nombre: La felicidad.
Tomas la alcanza de una manera harta simple, centrando su intelecto en amar su trabajo, fijarse en cada uno de los más mínimos detalles de la planta de producción que trabaja. En su tiempo libre se emplea en reparar relojes antiguos. Absorbido su tiempo casi absolutamente en eso no le da tiempo a divagar o pensar en otros temas que le apartarían de la senda de la sonrisa y le llevarían al vericueto de la lágrima. Centrar la mente en algo útil, provechoso o gratificante para uno mismo es necesario para un equilibrio que lleve a la felicidad, ya he citado en diversas ocasiones ese párrafo de Pablo D'Ors en el cual Zollinger es feliz haciendo zapatos, amando su obra. En el fondo Jaramillo dice lo mismo, baste para ejemplificarlo esta cita: "Tal vez la gran reforma educativa consista en que lo primero que todo individuo debe aprender en la vida es a disfrutar de su trabajo. No me parece difícil conseguirlo. Es más, me parece más difícil hacer el trabajo cuando se lo odia que cuando se lo ama. Con la ventaja adicional de que con el amor logra hacerlo mejor y que la curiosidad se despierte."
El otro tema que se toca en el libro y que a mí especialmente me ha llamado la atención es la reflexión del protagonista sobre la música. La odia, no soporta el continuo sonido estridente entrando por sus orejas. La explicación es fácil, nacido en un pueblo colombiano en los años treinta, no podía escuchar nunca o casi nunca la radio y menos aún en directo, sólo en las fiestas patronales de su villa. Nosotros, o yo al menos, he nacido envuelto en las siete notas, mamando melodías y gritando estribillos de serie de dibujos animados. Es algo tan natural como el caminar, pero para Tomas no, para él lo natural es trabajar en absoluto silencio, como lo es para mí escribir mientras escucho música.
Buscaré más libros de Darío Jaramillo, os mantendré al corriente.
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