domingo, 22 de abril de 2012

José Luis Sampedro - La sonrisa etrusca

La felicidad es la senda y que sólo el caminante disfruta de ella, él que se para y abandona el aprendizaje, vivir es sinónimo perfecto de comprender, muere, aunque no físicamente, si, interiormente.
Quizás ésta sea la mayor enseñanza de La sonrisa Etrusca, magnífica novela escrita por José Luis Sampedro.

Salvatore abandona su Calabria natal para recibir tratamiento médico en Milán. Deja atrás el sur de Italia para ir a vivir con su hijo Renato, su nuera Andrea y su nieto Bruno. Los sentimientos del viejo, así lo llama muchas veces Sampedro en la novela, con respecto a la capital de Lombardía son muy negativos. Todo allí le parece frío, gris, insulso y anodino. Su primer asidero a la esperanza será Brunettino, que ya le conquista con el nombre, a Salvatore le conocían como Bruno cuando luchó como partisano en la segunda guerra mundial. A su vera ira perdiendo su coraza llena de prejuicios y estereotipos, para entregarse sin condiciones a los bracitos llenos de cariño que le tiende su nieto. A pesar de tener hijos, para Salvatore todo lo relacionado con el niño es nuevo ya que: "En el pueblo los hombres no tenemos hijos. Tenemos recién nacidos, para presumir de ellos en el bautizo, sobre todo si son machos, pero luego desaparecen entre las mujeres... Aunque duerman y en nuestra alcoba y lloren: eso es sólo para la madre".

Esa ventana abierta a la ternura, de la que en muchas ocasiones el viejo se asusta y llega a recelar, le conducirá a la siguiente puerta que cruzará Salvatore: Hortensia. Ella le enseñará aspectos de la mujer que el ignoraba, centrado más en sus recuerdos carnales que en el profundo conocimiento de un alma compañera. Hortensia es su guía para adentrarse en ese nuevo mundo que se le abre: "Si acaso parecía poco, esas palabras dichas con tanta verdad- el uno para al lado del otro-: no enfrente de la mujer, como él se situó siempre, sino a su lado... "La pareja etrusca!"



Durante todo este periplo al viejo le dará tiempo hasta a coquetear con la cultura, son muy interesantes sus reflexiones acerca de la Pieta Rondanini, y como enlaza la evocación de sus recuerdos con la contemplación de la obra de Miguel Ángel. También comprenderá mejor a su hija política, se acercará a Renato y hará amigos con casi  sesenta años menos que él.


Lo inevitable de las sendas que recorremos los humanos es que inevitablemente tienen un final, no podemos seguir avanzando indefinidamente, las fuerzas siempre nos acaban abandonando y caemos sobre el polvo que una vez hollamos para convertirnos en él. Salvatore acaba siendo devorado por "la rusca" que habitaba en sus entrañas, pero sin dejar de estar: "sereno ante la puerta que pronto traspasará, porque ya sabe como vencer al destino, atrincherándose en lo indestructible: el momento presente. Viviendo el ahora en todo su abismo."


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