Edna tiene encanto, el pegamento de la espontaneidad, el placer de las extravagancias vividas y su único apego a su vida presente, se reduce a darle a la tecla, como dice ella, aunque a veces no sepa que escribir. Es un personaje con el cual es muy complicado no encariñarse, y eso es uno de los grandes méritos de Sam Savage en Cristal.
Edna es una viuda que vive sola, con la única
compañía de sus recuerdos y de una rata que le ha dejado Potts, su vecina de
abajo, a su cuidado durante su ausencia. Ira contando de una manera totalmente
desordenada su vida al lado de Clarence, su marido y escritor de mediano éxito.
Según vas leyendo los retazos de su historia puedes ir creando el cristal
completo donde se refleja la vida de Edna. Pero es un trabajo que tiene que
hacer el lector, ya que la narradora/autor va ir desgranando los pasajes uno a
uno, avanzando en su memoria, retrocediendo y reflexionando sobre todo ellos
según a ella le entran ganas de darle a la tecla.
El libro está impregnado del carácter de Edna, es
tierno y alocado por momentos, digna en su soledad buscada y nostálgica de la
felicidad perdida. El gran éxito de Sam Savage es dotar a Edna de una perfecta
credibilidad ya sea desde su personalidad, a la cuestión formal, es totalmente plausible
pensar que una señora de sesenta y muchos años, con previa formación como
escritora pudiese narrar como lo hace el autor en el libro.
Para acabar una cita del libro, un pensamiento
que muchas personas que le damos a la tecla, sin una razón muy precisa para
hacerlo, nos ha asaltado alguna vez, y que aquí queda perfectamente plasmada:
"Ineluctable, incorregible deriva. Desviación a un lado, incurable,
inevitable, de una mujer que habla, que habla porque no le queda otra
cosa".
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