martes, 10 de diciembre de 2013

Un gato callejero llamado Bob - James Bowen

No hace falta mucho para contar una historia, se puede imaginar, tirar de sueños, subconsciente y conocimientos previos o solamente se tiene que vivir. Muchas veces se mezclan ambas posibilidades; la persona que tiene capacidad para crear directamente desde su cerebro no tiene ninguna experiencia vital que plasmar, así que busca en la vida del resto de la humanidad algo que merezca la pena ser escrito.

Un gato callejero llamado Bob, pertenece al género de historias que han sido vividas por su escritor, y en el caso, de James Bowen, sufrida y disfrutada al máximo. James era un heroinómano en proceso de recuperación cuando se encontró en la puerta de su piso a un gato rubio de fiero aspecto, al que bautizaría como Bob y con el que poco a poco crearía una pareja indisoluble.

Bob ayuda al autor en diversas facetas, una de las más curiosas es la que sigue: cómo cambia el trato que recibe James por parte de los desconocidos cuando va con el gato o no. Sin el felino se siente invisible, nadie le habla ni casi le mira, pero cuando lleva a Bob en sus hombros (es un gato muy especial en varios sentidos) le cuesta avanzar por las calles de Covent Garden ya que son muchas las personas que quieren acariciar a Bob, hacerse una foto con él o incluso hacerle un regalo.

El tener que cuidar de Bob hace que el autor luche por salir adelante, piense en dejar la metadona y en tratar de conseguir ingresos de manera más estable, es el ancla que le fija en el suelo la nube en la que viajaba, pero a veces es complicado el conseguir frenar cuando estás acostumbrado a navegar a plena potencia.

El libro tiene el encanto de las cosas sencillas, redactado sin florituras, James Bowen necesitó la colaboración de Garry Jenkins, escritor "profesional" para conseguir acabar con esta aventura literaria, pero tiene la contundencia de su fuerza de voluntad, que se volvió inquebrantable gracias a la aparición de Bob en su destino. Ver como alguien en tan terribles circunstancias, aunque el autor nunca cae en el pecado de la autocompasión, es capaz de superarlas es una buena lección de vida y por supuesto, al acabar el libro, te entrarán unas terribles ganas de tener un pequeño Bob en tu vida.



1 comentario:

reinasinespejo dijo...

Llámese Bob o Isidoro...