Una persona puede provocar un cierto grado de
fascinación a otra: desde el manido amor, pasando por la admiración y acabando
en la obsesión. Todos tenemos ejemplos personales, que se pueden ajustar más o
menos, a alguno de los modelos de idolatría que he enumerado, lo raro es cuando
ese sentimiento es compartido por millones de personas y el ser adorado no es
un artista sino un político. Este fue el extraño caso de Adolf Hitler,
consiguió fascinar y fidelizar al pueblo alemán (por supuesto, no al cien por
cien de él) hasta el último momento de su existencia.
Estos instantes finales de la vida de Hitler, son
los que narra Joachim Fest en El hundimiento. Se nos contará como el dictador
vivió sus últimos días, oscilando entre un mundo onírico en donde grupos de ejércitos
fantasma conseguían romper el cerco ruso a Berlín y la realidad de una guerra
ya perdida, pero sostenida por la obstinada orden del Führer de no retroceder
ni un palmo de terreno bajo ninguna circunstancia. Fest consigue, con maestría,
introducirnos en el bunker de la cancillería y hacernos partícipes del ambiente
de locura que allí se vivía.
Los generales del estado mayor alemán no se
atrevían a llevarle la contraria a Hitler, aun sabiendo que los ejércitos a los
que mandaba atacar sólo existían en su cabeza, y que sus órdenes suponían
alargar una agonía que no tenía ningún sentido. Mientras tanto, Göring e
Himmler luchaban por tratar de suceder a Hitler, cuando conocieron que era
firme su decisión de no huir de Berlín, y firmar el armisticio con las
potencias occidentales, tratando de escapar de las vengativas garras del poder
sovietico.
Un carrusel de patetismo, cargado de tragedias,
que por supuesto, acabó repercutiendo en el pueblo: se llamó a luchar a niños
de las Juventudes Hitlerianas y ancianos del Volkssturm, se fusiló a cualquiera
que pareciese que no quería apoyar la demente batalla final por la capital del
Reich, y millones de personas se quedaron sin hogar.
Lo más terriblemente admirable de todo esta
hecatombe, fue que Hitler se suicidó siendo el Führer, aunque él mismo acusaba
de traición a muchos de sus colaboradores, algunos de ellos muy cercanos, la
realidad fue que hasta el último instante siguió estando en la cúspide de
poder del Tercer Reich, y que muchas unidades solo cesaron de pelear cuando tuvieron
la certeza absoluta de que Hitler había muerto. El magnetismo que irradiaba el
dictador, siguió activo hasta el final de su vida, incluso cuando los datos
objetivos y tan imposibles de ocultar como los horrores de una guerra, gritaban
por si mismos para romper ese terrible hechizo.
Joachim Fest, afirma que Hitler fue un jugador
toda su vida, que su táctica era lanzar cada vez un órdago mayor que el
anterior, que esa era la única manera en la que se sentía feliz. Que era un tahúr
encantador que envolvió a toda una nación en un juego en el que solo podía
perder, y que cuando tuvo claro que no podía ganar, abandonó a sus compañeros
de juego a su propia suerte, ya que él había sido derrotado por su culpa, el
pueblo alemán debía expirar sus pecados de la manera más terrible posible.
En estos tiempos turbulentos que vivimos, algunas
semejanza hay con el principio de los años treinta que encumbrarán a Hitler en
el poder, debemos estar atentos para que nadie nos fascine de esa manera tan
dañina.
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