Un libro de aventuras puede ser tan maravilloso o
más que un drama, saber gestionar la intriga, pisar en ciertos momentos el
acelerador para que la acción se disparé y mezclarlo todo con el suficiente
humor, para que ni el lector ni el escritor se tomen demasiado en serio el
argumento, porque, por supuesto, tiene que haber una dosis de magia y otra de
locura en la obra. Esa es la receta que hace que una epopeya sea agradable de
leer, William Goldman da una lección de cómo hacerlo en La princesa prometida
El argumento puede parecer tan simple como manido:
un amor entre una bella damisela y su siempre obediente sirviente, que, por
circunstancias de la vida, se rompe. La trama de la novela se basa en el
intento de volver a reunirse de los dos amantes. Aunque lo básico del argumento
pueda parecer simple, la manera de desarrollarlo por parte de Will Goldman no
lo es. Van apareciendo una serie de personajes, a cada cual más interesante,
que se van entremezclando con la pareja protagonista: Buttercup y Westley, que,
aunque con muchos matices y excepciones, son los más previsibles de toda la
obra, y será con los "secundarios" donde aparece todo el ingenio del
escritor norteamericano.
Fezzik es una masa humana dotado de una fuerza
descomunal y de un corazón aún mayor que su poderío, es la increíble mezcla de su
energía con su ternura lo que le hace adorable. Siempre dado de lado por su don/maldición se encuentra solo
en el mundo y añora un amigo (el bueno de Fezzik solo habla de amistad nunca de
pasión) con el que poder hacer las rimas que tanto le gustan, y el resto del
mundo encuentra estúpidas en la boca de un gigantón de más de dos metros.
Iñigo Montoya, es un español que perdió a su
padre a manos de un hombre que en su mano derecha tenía seis dedos. Su vida
está impulsada únicamente por el deseo de matar al asesino de su padre. La
habilidad de Will Goldman es hacer entrañable a un ser que solo desea
vengarse, el cual no es un sentimiento muy loable que digamos. La clave para
esta transformación es la amistad con Fezzik, porque Iñigo cuida del coloso (y
viceversa) como si fuese su hermano. La relación entre ambos está llena de
ternura y de dignidad, del honor y de la valentía con la que el español exclama
su: "Hola, soy Iñigo Montoya, tú mataste a mi padre, disponte a
morir".
Y por último reseñar el aire burlón e irónico que
rezuma el libro, no hay ninguna página en él en la cual no haya un toque de humor,
siempre bien traído y la mayoría de las veces magníficamente manejado.
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