domingo, 6 de octubre de 2013

El mundo en la era de Varick - Andrés Ibañez

Es complicado de hablar de un libro como El mundo en la era de Varick de Andrés Ibáñez, es una mezcla de dos universos, de diversos planos, de una realidad creada y mezclada con un pasado verdadero, personajes mundanos llenos de bajas pasiones y  almas que vuelan impulsadas por sueños imperecederos en cielos refulgentes de zafiros. 

El estilo cambia en cada uno de los capítulos siendo llano y simple cuando la acción se desarrolla en Nueva York y de un lirismo casi modernista cuando se traslada a Demonia, el mundo paralelo al nuestro, en esos pasajes Andrés Ibáñez inunda sus frases con flores de todos los colores, insectos empedrados de joyas y miríadas de detalles y arabescos que nos recuerdan a su primera obra: La música del mundo.

Los temas que se tocan son incontables, ya que Marcelo, el protagonista de la obra, habla con Rita, Ariadna y Tebaldo de lo divino y de lo humano, pero hay quizás uno en particular que me parece más importante que todos, al menos en mi opinión. Se afirma que cuando pensamos no somos nosotros mismos, ya que nadie puede controlar lo que revolotea en su cabeza, es como si un ser ajeno a nosotros nos inyectase vía intravenosa una dosis de ideas que de repente estallan dentro de nuestro cráneo, tomando posesión de todo nuestro cuerpo. Solamente somos nosotros cuando no pensamos y nos dejamos ir, como Isadora Duncan cuando bailaba olvidándose de las estrictas formas del ballet clásico y dejando fluir sus movimientos como si fuesen nacidos del mismo centro de su alma. Es extraño para una persona como yo, con tendencia a divagar en exceso, asumir que el inicio de tales procesos mentales pudiesen no ser propios.

Quizás todo el enorme aparato que tiene detrás esta obra, esos mundos conectados y paralelos, ese pez enorme que es Varick, esas catástrofes naturales, esas escuelas filosóficas y religiosas, la peste roja, todo absolutamente todo no es nada comparado con nosotros: "Cuando Marcelo despertó, vio a través de las ventanas las verdes colinas cubiertas de bosques del norte del estado de Nueva York, aunque es posible que estuvieran todavía a pocos kilómetros de la ciudad, y supo que el mundo no había terminado. Y todos los que iban despertando se miraban unos a otros y sonreían porque se daban cuenta de que el mundo no había terminado"


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