Es complicado de hablar de un libro como El mundo
en la era de Varick de Andrés Ibáñez, es una mezcla de dos universos, de
diversos planos, de una realidad creada y mezclada con un pasado verdadero,
personajes mundanos llenos de bajas pasiones y almas que vuelan
impulsadas por sueños imperecederos en cielos refulgentes de zafiros.
El estilo cambia en cada uno de los capítulos
siendo llano y simple cuando la acción se desarrolla en Nueva York y de un lirismo
casi modernista cuando se traslada a Demonia, el mundo paralelo al nuestro, en
esos pasajes Andrés Ibáñez inunda sus frases con flores de todos los colores,
insectos empedrados de joyas y miríadas de detalles y arabescos que nos
recuerdan a su primera obra: La música del mundo.
Los temas que se tocan son incontables, ya que
Marcelo, el protagonista de la obra, habla con Rita, Ariadna y Tebaldo de lo
divino y de lo humano, pero hay quizás uno en particular que me parece más
importante que todos, al menos en mi opinión. Se afirma que cuando pensamos no
somos nosotros mismos, ya que nadie puede controlar lo que revolotea en su
cabeza, es como si un ser ajeno a nosotros nos inyectase vía intravenosa una
dosis de ideas que de repente estallan dentro de nuestro cráneo, tomando
posesión de todo nuestro cuerpo. Solamente somos nosotros cuando no pensamos y
nos dejamos ir, como Isadora Duncan cuando bailaba olvidándose de las estrictas
formas del ballet clásico y dejando fluir sus movimientos como si fuesen
nacidos del mismo centro de su alma. Es extraño para una persona como yo, con
tendencia a divagar en exceso, asumir que el inicio de tales procesos mentales
pudiesen no ser propios.
Quizás todo el enorme aparato que tiene detrás
esta obra, esos mundos conectados y paralelos, ese pez enorme que es Varick,
esas catástrofes naturales, esas escuelas filosóficas y religiosas, la peste
roja, todo absolutamente todo no es nada comparado con nosotros: "Cuando
Marcelo despertó, vio a través de las ventanas las verdes colinas cubiertas de
bosques del norte del estado de Nueva York, aunque es posible que estuvieran
todavía a pocos kilómetros de la ciudad, y supo que el mundo no había
terminado. Y todos los que iban despertando se miraban unos a otros y sonreían
porque se daban cuenta de que el mundo no había terminado"
No hay comentarios:
Publicar un comentario