Brausen se ha despertado hoy levantisco, con un ardor guerrero perdido durante años, como Theoden de Rohan ha abandonado su sueño de paz, tiene una misión y la piensa cumplir.
Hay un nuevo tipo de juventud, deleznable como pocas, que se expande como un cancer por la sociedad española. Los llamaremos Culebrillas.
Si acudimos a la Real Academia de la Lengua, cosa que nunca haría un auténtico Culebrilla, nos encontramos ante varias acepciones de esta palabra véase: 1. f. Enfermedad viral que se manifiesta por un exantema en el que las vesículas se disponen a lo largo de los nervios, por lo cual son muy dolorosas. Estos chicos son humanos y, aunque muchas veces parecen seres unicelulares, no les podemos aplicar esta definición, probemos con otra.
3. f. Hendidura que queda en los cañones de los fusiles y otras armas de fuego cuando el hierro no está bien trabajado. Estos alegres jóvenes son carne de cañón (nunca mejor dicho) para el ejercito español, pero, gracias al Altísimo, no están hechos de hierro. Haremos un último esfuerzo con la RAE.
1. f. Especie de culebra de pequeño tamaño. Vive en sitios húmedos y puede nadar gracias a las rápidas ondulaciones de su cuerpo. He de confesar que no he visto a los Culebrillas en el medio acuático y no se si se transportan de un punto a otro gracias a ondulaciones de su cuerpo o aletas dorsales.
No me queda más remedio que definirlos con mis propias palabras: Son seres humanos, algunos con aspecto simiesco, que suelen habitar en la península Ibérica, con más densidad de población en el sur de la nación. Su edad puede variar entre los quince años (no se pueden descartar casos más precoces) y los treinta.
Se les reconoce facilmente, llevan un peinado francamente estiloso, rapados por arriba y con algunos pelillos extralargos que les nacen de la coronilla y pueden llegar hasta más debajo del hombro. Creo que la longitud y espesura de estos cabellos indica el grado de aristocracia alcanzado en la jerarquía de la tribu en la que viven. Suelen ir vestidos con camisetas del Niño y pantalón de chándal a ser posible blanco. Todo ello ajustadísimo a sus cuerpos. Son muy ostentosos con los complementos, grandes cadenas doradas o plateadas dignifican sus cuellos y gruesos sellos o anillos de oro adornan sus dedos.
No son descartables los pircings en su cuerpo y en su rostro suele haber alguno clavado en plan chincheta en un corcho.
Hablan a gritos como si hubiesen retrocedido un par de peldaños en las evolución, no terminan de vocalizar correctamente, se desplazan en motillos o coches tuneados (un coche de un culebrilla llevará al menos las lunas tintadas y alguna pegatina del radical plantificada en morro o trasera del vehículo). Se mueven en manadas entorno a la docena de miembros y siempre hay un líder.
Son de complexión delgada, escuálida en la mayoría de los casos, imagino que es debido a su nerviosismo que les hace estar todo el rato haciendo cuchufletas y cucamonas del peor de los gustos. De todas maneras en sus tribus suele aparecer uno de ellos que es el más gordo, y otro que está muy musculado. El piraña siempre ha sido un clásico de grupo de amigos, el cachas es el deportista también habitual en todo conjunto de hombres reunidos, pero que ahora la sociedad le impulsa hacia la vigorexia.
Un dato inequívoco para saber si una persona es un Culebrilla o un simple mortal es el siguiente: van siempre con el móvil en la mano poniendo "temas" a todo volumen para que todos tengamos el placer de escuchar: regueton, techno de ese insoportable o el flamenquillo más rancio que se os pueda ocurrir. Esto suele ser de lo más irritante en los medios de transporte público y me hacen reconsiderar mi postura de no tener coche.
Actualmente han mejorado y tras una ardua investigación, los Culebrillas siempre están pensando en como alcanzar más altas cuotas de notoriedad pública, se han hecho con una serie de megáfonos que se venden por ferias y fiestas populares. Esto hace que podamos oír sus siempre divertidas ocurrencias sin problemas en cualquier circunstancia y que te regalen el temazo de moda a todo volumen radiado por el incansable altavoz ambulante.
Os ruego queridos amigos que tomemos las medidas oportunas, por algún instante me he sentido con ganas de montar un comando ambulante de encapuchados e ir dando de palos a estos personajillos, pero como en el fondo no soy violento, os invito a que cuando veáis a un grupo de Culebrillas os sentéis con ellos a dialogar, explicarles las bondades de la lectura, las maldades de las drogas y lo atractiva que pueden ser las mujeres sin diez kilos de oro en u cuerpo.
Es duro lo sé, pero nos jugamos el futuro.
Brausen recomienda un "temazo" que va a radiar a todo su barrio en cuanto se compre un megáfono último modelo, canción: Love you More, grupo; The Hours. Creo que expresa perfectamente lo que es el amor para un hombre medio, os copio unos versos:
I love you more than my record collection,
I love you more than my football team,
I love you more than my Adidas trainers,
If you knew me better you'd know how much that means.
domingo, 19 de agosto de 2007
domingo, 12 de agosto de 2007
Agosto en la ciudad.
Brausen se ha despertado alterado por un temblor de tierra, inaudito e insolente se ha atrevido a molestar el sueño del maestro. La naturaleza no respeta ni a las mentes privilegiadas.
Agosto es un mes agridulce en la ciudad, y más aún en Madrid, se vacía de gente y se llena de tranquilidad, el sol parece más tenue y el cielo se vuelve cada día un poco más sucio. Por las noches refresca y se duerme bien.
Parece otra ciudad, se olvidan los mantos de coches que cubren el asfalto y solo tienen prisa los turistas tratando de ver cuanto más monumentos mejor.
Me siento extrañamente bien con estas circunstancias, siempre me ha costado abandonar Madrid en Agosto, es como mi pequeña isla desierta en medio de la frenética actividad normal de la urbe. Existe una complicidad entre los que nos quedamos, como si nos solidarizasemos entre nosotros por resistir sin huir o quizás nos reímos calladamente de aquellos que corren descabezados a las playas atascadas de personas, en la cuales hay que pedir número para conseguir unos centímetros cuadrados de arena. Supongo que hay gente que necesita vivir constantemente aglomerada, sea cual sea el mes del año en que está o el lugar donde asienta sus pies. Tardar diez horas en llegar a su destino y otras tantas en volver, encontrarse casi exactamente a la misma gente que son sus vecinos habituales a quinientos kilómetros de distancia y tener que hacer gimnasia rítmica para poder acercarse a la barra de cualquier bar a pedir una caña.
Eso no son vacaciones para mí, es más de lo mismo, cierto es que yo huyo de las aglomeraciones como del regueton, pero concibo mis días de asueto como un tiempo para descansar de lo que suelo hacer o sufrir habitualmente, no para hacer o sufrir (quizás más sufrir que hacer) lo mismo permutando los lugares y espacios.
Os dejo un poemilla de Antonio Machado sobre Madrid, lo escribió cuando estaba en plena batalla en 1936, pero salvando las distancias se puede aplicar a los días que nos ha tocado vivir, fuera del mágico Agosto, en la capital:
¡Madrid, Madrid! ¡Qué bien tu nombre suena,
rompeolas de todas las Españas!
La tierra se desgarra, el cielo truena,
tú sonríes con plomo en las entrañas.
Brausen, aún temeroso de una replica del terremoto, recomienda a Circodelia, estos grandes ignorados del rock nacional, vibrantes en concierto y cuidadosos en estudio. La canción: "El mundo vuelve a girar". Gran frase esta y tan aplicable a Brausen: "Voy tirando piedras con las que he de tropezar..."
Agosto es un mes agridulce en la ciudad, y más aún en Madrid, se vacía de gente y se llena de tranquilidad, el sol parece más tenue y el cielo se vuelve cada día un poco más sucio. Por las noches refresca y se duerme bien.
Parece otra ciudad, se olvidan los mantos de coches que cubren el asfalto y solo tienen prisa los turistas tratando de ver cuanto más monumentos mejor.
Me siento extrañamente bien con estas circunstancias, siempre me ha costado abandonar Madrid en Agosto, es como mi pequeña isla desierta en medio de la frenética actividad normal de la urbe. Existe una complicidad entre los que nos quedamos, como si nos solidarizasemos entre nosotros por resistir sin huir o quizás nos reímos calladamente de aquellos que corren descabezados a las playas atascadas de personas, en la cuales hay que pedir número para conseguir unos centímetros cuadrados de arena. Supongo que hay gente que necesita vivir constantemente aglomerada, sea cual sea el mes del año en que está o el lugar donde asienta sus pies. Tardar diez horas en llegar a su destino y otras tantas en volver, encontrarse casi exactamente a la misma gente que son sus vecinos habituales a quinientos kilómetros de distancia y tener que hacer gimnasia rítmica para poder acercarse a la barra de cualquier bar a pedir una caña.
Eso no son vacaciones para mí, es más de lo mismo, cierto es que yo huyo de las aglomeraciones como del regueton, pero concibo mis días de asueto como un tiempo para descansar de lo que suelo hacer o sufrir habitualmente, no para hacer o sufrir (quizás más sufrir que hacer) lo mismo permutando los lugares y espacios.
Os dejo un poemilla de Antonio Machado sobre Madrid, lo escribió cuando estaba en plena batalla en 1936, pero salvando las distancias se puede aplicar a los días que nos ha tocado vivir, fuera del mágico Agosto, en la capital:
¡Madrid, Madrid! ¡Qué bien tu nombre suena,
rompeolas de todas las Españas!
La tierra se desgarra, el cielo truena,
tú sonríes con plomo en las entrañas.
Brausen, aún temeroso de una replica del terremoto, recomienda a Circodelia, estos grandes ignorados del rock nacional, vibrantes en concierto y cuidadosos en estudio. La canción: "El mundo vuelve a girar". Gran frase esta y tan aplicable a Brausen: "Voy tirando piedras con las que he de tropezar..."
martes, 7 de agosto de 2007
La balsa de la Medusa (El libro)
Cambiando el nombre de Medusa por el de Alliance encontramos la misma balsa de náufragos, con su misma desesperación y fascinante desenlace. Este es el centro del libro de Alessandro Baricco, o quizás no, pero si una parte fundamental de su obra Océano mar, ya que realmente todo el libro gira entorno a su propio nombre.
Todos los personajes, como creo que la inmensa mayoría en algún momento de nuestra vida, se quedan mirando fascinados ese punto donde el cielo y el mar convergen, pensando en todo y en nada a la vez. Se alojan en la posada Almayer y cada cual tienen un motivo para pasar horas y horas mirando las olas romper contra la playa.
Me centraré en dos de ellos que me parecen los más entrañables, Plasson es un retratista muy famoso que se retira a la posada obsesionado en conseguir un retrato del océano tan bueno como los que él era capaz de hacer a las personas. No lo consigue hacer, porque el llegaba al alma del retratado por sus ojos,y no le encuentra los ojos al mar.
Y mi favorito, el profesor Bartleboom, redactor de una enciclopedia sobre los limites de la naturaleza, obsesionado en medir en que punto acaba el mar ola tras ola. Cada noche le escribe una carta a su amada, que aún no sabe siquiera si existe, pero él está convencido que la encontrará. Lo primero que hará al conocerla será darle la caja de madera en la cual guarda todas sus cartas (¿puede existir algo más romántico que esto?)
Lo fascinante de este libro, que toca temas muy duros y relata con especial crudeza la aventura de la balsa, es la magia que respira en sus páginas. La posada es como un pequeño reino de hadas en donde casi cualquier cosa puede suceder, los niños dueños aparecen y desaparecen sin orden ni concierto, otorgando respuestas y provocando las dudas necesarias a sus habitantes.
Hay una séptima habitación vacía, nadie sabe quien la habita, que es la clave, la creadora de la atmósfera irreal que se respira allí.
Tras mucho pensar y darle vueltas, es un libro tremendo en ese sentido, creo que esta posada es una alegoría tan simple como reveladora de la vida. Todos sus huéspedes sufren o tienen ciertas cuitas en sus respectivas vidas, pero la séptima habitación les da un respiro, un momento de satisfacción en la turbia marea que les cerca.
Todos abandonan Almayer y siguen sus disparatados caminos, pero llevan esa magia dentro como yo me llevo la felicidad de haber leído un libro así, este libro ha sido mi posada al borde del mar particular.
Por favor, ¡qué alguien lo lea! ¡necesito comentarlo!
Brausen da así por finalizada su primera trilogía, quien sabe si habrá más...
Recomienda el maestro una canción que a su vez le fue recomendada a él, gracias por ello, se llama En a ciudad de la furia y esta cantada por Soda Estereo y Aterciopelados.
Aunque la canción habla de Buenos Aires, Brausen la aplico a la cada vez más furiosa urbe que le ve vivir todos los días.
Todos los personajes, como creo que la inmensa mayoría en algún momento de nuestra vida, se quedan mirando fascinados ese punto donde el cielo y el mar convergen, pensando en todo y en nada a la vez. Se alojan en la posada Almayer y cada cual tienen un motivo para pasar horas y horas mirando las olas romper contra la playa.
Me centraré en dos de ellos que me parecen los más entrañables, Plasson es un retratista muy famoso que se retira a la posada obsesionado en conseguir un retrato del océano tan bueno como los que él era capaz de hacer a las personas. No lo consigue hacer, porque el llegaba al alma del retratado por sus ojos,y no le encuentra los ojos al mar.
Y mi favorito, el profesor Bartleboom, redactor de una enciclopedia sobre los limites de la naturaleza, obsesionado en medir en que punto acaba el mar ola tras ola. Cada noche le escribe una carta a su amada, que aún no sabe siquiera si existe, pero él está convencido que la encontrará. Lo primero que hará al conocerla será darle la caja de madera en la cual guarda todas sus cartas (¿puede existir algo más romántico que esto?)
Lo fascinante de este libro, que toca temas muy duros y relata con especial crudeza la aventura de la balsa, es la magia que respira en sus páginas. La posada es como un pequeño reino de hadas en donde casi cualquier cosa puede suceder, los niños dueños aparecen y desaparecen sin orden ni concierto, otorgando respuestas y provocando las dudas necesarias a sus habitantes.
Hay una séptima habitación vacía, nadie sabe quien la habita, que es la clave, la creadora de la atmósfera irreal que se respira allí.
Tras mucho pensar y darle vueltas, es un libro tremendo en ese sentido, creo que esta posada es una alegoría tan simple como reveladora de la vida. Todos sus huéspedes sufren o tienen ciertas cuitas en sus respectivas vidas, pero la séptima habitación les da un respiro, un momento de satisfacción en la turbia marea que les cerca.
Todos abandonan Almayer y siguen sus disparatados caminos, pero llevan esa magia dentro como yo me llevo la felicidad de haber leído un libro así, este libro ha sido mi posada al borde del mar particular.
Por favor, ¡qué alguien lo lea! ¡necesito comentarlo!
Brausen da así por finalizada su primera trilogía, quien sabe si habrá más...
Recomienda el maestro una canción que a su vez le fue recomendada a él, gracias por ello, se llama En a ciudad de la furia y esta cantada por Soda Estereo y Aterciopelados.
Aunque la canción habla de Buenos Aires, Brausen la aplico a la cada vez más furiosa urbe que le ve vivir todos los días.
sábado, 4 de agosto de 2007
La balsa de la Medusa (El cuadro)
Théodore Géricault se enamoró fatalmente de la esposa de su tío, llegando a tener con ella un bebé. Hijo de una familia acomodada francesa, tal escandalo no se podía permitir en la restaurada sociedad borbónica. Su "tía" es expulsada a vivir en el campo mientras que el niño, fruto de sus relaciones, es entregado en adopción sin otorgarle un nombre.
Géricault, desesperado, perdido, se encierra en su estudio y allí recibe la noticia del naufragio de la fragata Medusa y la dantesca peripecia de su balsa. Vuelca todos sus esfuerzos en expresar la desazón interna que siente sobre los hambrientos náufragos de su cuadro.
Crea una maqueta de la balsa, se entrevista con los supervivientes e incluso recibe permiso para llevar a su estudio el cuerpo de los ahorcados y así comprobar como se van descomponiendo. Dieciocho meses de trabajo continuo para crear un cuadro que rompe con la estética de la época, totalmente neoclásica siguiendo los cánones de Delacroix, mostrando unos personajes expresivos, vivos, sufrientes hasta el límite de la razón humana.
Presenta la obra en 1819, consiguiendo el primer premio del Salón de París (el estado francés no compra la obra), pero él sigue sin encontrar sosiego. Son varios los intentos de suicidio y al final muere en 1824, a los treinta y dos años de edad, víctima de un accidente de equitación.
Un alma atormentada que busca consuelo en otras almas atormentadas, una pasión que fue capada y que él trato de volcar en la pintura, pero Jung (y yo con él) dice que no se puede elegir el objeto sobre el que vuelcas tu interés, el amor, el odio, las vísceras de las que nos alimentamos y nos hacen sentir. Todo esto viene dado, por algún oscuro mecanismo químico que late en nuestro ADN y con la chispa adecuada incendia nuestro ser. Géricault se quemó de amor por quien no debía, o al menos los convencionalismos de la época le decían que no era correcto. No fue capaz de luchar por el/ella (el amor/su amada) y toda su vida se lamentó, farfullo y creó dentro de si mismo un cancer que le destrozó.
Grandes pasiones dan lugar a grandes obras, cuando uno siente esa comezón en la boca del estomago, hace lo que sea por quitársela, ya sea amar, pintar, escribir o morir, Géricault pintó y murió para dejar de sentirla, ya que nadie le rescató de la Balsa en la que vivió.
Géricault, desesperado, perdido, se encierra en su estudio y allí recibe la noticia del naufragio de la fragata Medusa y la dantesca peripecia de su balsa. Vuelca todos sus esfuerzos en expresar la desazón interna que siente sobre los hambrientos náufragos de su cuadro.
Crea una maqueta de la balsa, se entrevista con los supervivientes e incluso recibe permiso para llevar a su estudio el cuerpo de los ahorcados y así comprobar como se van descomponiendo. Dieciocho meses de trabajo continuo para crear un cuadro que rompe con la estética de la época, totalmente neoclásica siguiendo los cánones de Delacroix, mostrando unos personajes expresivos, vivos, sufrientes hasta el límite de la razón humana.
Presenta la obra en 1819, consiguiendo el primer premio del Salón de París (el estado francés no compra la obra), pero él sigue sin encontrar sosiego. Son varios los intentos de suicidio y al final muere en 1824, a los treinta y dos años de edad, víctima de un accidente de equitación.
Un alma atormentada que busca consuelo en otras almas atormentadas, una pasión que fue capada y que él trato de volcar en la pintura, pero Jung (y yo con él) dice que no se puede elegir el objeto sobre el que vuelcas tu interés, el amor, el odio, las vísceras de las que nos alimentamos y nos hacen sentir. Todo esto viene dado, por algún oscuro mecanismo químico que late en nuestro ADN y con la chispa adecuada incendia nuestro ser. Géricault se quemó de amor por quien no debía, o al menos los convencionalismos de la época le decían que no era correcto. No fue capaz de luchar por el/ella (el amor/su amada) y toda su vida se lamentó, farfullo y creó dentro de si mismo un cancer que le destrozó.
Grandes pasiones dan lugar a grandes obras, cuando uno siente esa comezón en la boca del estomago, hace lo que sea por quitársela, ya sea amar, pintar, escribir o morir, Géricault pintó y murió para dejar de sentirla, ya que nadie le rescató de la Balsa en la que vivió.
miércoles, 1 de agosto de 2007
La balsa de la Medusa (Los hechos)
Altiva, inconsciente y arrogante parte la fragata Medusa desde Francia, volando sobre el mar, acompañada de otros tres barcos. En su vientre se encuentra el nuevo gobernador de las colonias francesas de Senegal, devueltas por Inglaterra tras la definitiva derrota del emperador Napoleón en 1815, para tomar posesión de ellas. Estamos en 1816 y casi 400 personas, entre marinería, soldados de escolta, séquito y oficiales, surcan el Atlántico en busca de su destino.
Aristocrático, cortesano e ignorante del océano es el capitán que la comanda: Hugues Du Roy de Chaumareys, otorgado su cargo no por su valía sino por haber permanecido fiel a los Borbones en su exilio. Pasada las Islas Canarias la flota se dispersa, quien sabe si por la impericia del capitán, Medusa se encuentra sola en la mar océana.
Encallada, atorada, imposible de rescatar queda Medusa al topar con un banco de arena. La marinería culpa de tal desgracia al aristocrático conductor de la nave. Incapaces de remolcarla, se decide abandonar la nave. No hay espacio suficiente para todos en los botes y se construye una precaria balsa con mástiles y cuerdas. El gobernador y su séquito es acomodado en los botes, escasos oficiales (entre ellos el cirujano del barco: Henry Savigny) y toda la marinería se hacina en la balsa, ciento cuarenta y siete desgraciados hunden con su propio peso el único medio que les puede salvar de la muerte.
Incrédulos, atónitos, despernados quedan los habitantes de la balsa al ver que los botes cortan las cuerdas que los unen a ellos. Quedan a la merced del mar, sin nada donde asirse para evitar que el empuje de las olas se los trague para siempre y con escasas provisiones para alimentarse. Cunde la desesperación y todos luchan por conseguir un puesto en el centro de la balsa, las armas están en manos de la oficialidad que no duda en hacer uso de ellas. La acción combinada de la fuerza del agua con la del plomo dejan veinte cadáveres como alimento para peces en la primera noche.
Pólvora, estrellas y sables se mezclan en la segunda noche. Un "motín" de la marinería es sofocado con mano dura por la oficialidad, sesenta y cinco muertos no ven el nuevo día. Aún demasiados para las escasas provisiones, Savigny seleccionará, como un dios cuyo Olimpo fuesen unas tablas, quien está suficientemente fuerte para sobrevivir, el resto muere a manos de los más fuertes (en este caso de los poseedores de las armas) sin piedad alguna.
Desesperación, locura y sed acosan a los supervivientes, más de uno se lanza directamente sobre los cadáveres para devorarlos, Savigny decide cortarlos en finas lonchas y secarlas antes de su ingesta. El agua se acaba y deben beber sus propios orines para no deshidratarse.
Once, doce, trece días pasan hasta que el bergantín “L´Argus” los rescata. Cuatro de los supervivientes mueren de indigestión en el barco rescatador al beber tal cantidad de agua y comer tanto que les estalla el estomago encogido en los días de abstinencia. Savigny, destinado a ser un gris cirujano de la marina, alcanza fama y notoriedad al escribir el tratado: “Los efectos del hambre y la sed entre los naúfragos”. El azar siempre tan irónico, hasta en el momento de la salvación
Aristocrático, cortesano e ignorante del océano es el capitán que la comanda: Hugues Du Roy de Chaumareys, otorgado su cargo no por su valía sino por haber permanecido fiel a los Borbones en su exilio. Pasada las Islas Canarias la flota se dispersa, quien sabe si por la impericia del capitán, Medusa se encuentra sola en la mar océana.
Encallada, atorada, imposible de rescatar queda Medusa al topar con un banco de arena. La marinería culpa de tal desgracia al aristocrático conductor de la nave. Incapaces de remolcarla, se decide abandonar la nave. No hay espacio suficiente para todos en los botes y se construye una precaria balsa con mástiles y cuerdas. El gobernador y su séquito es acomodado en los botes, escasos oficiales (entre ellos el cirujano del barco: Henry Savigny) y toda la marinería se hacina en la balsa, ciento cuarenta y siete desgraciados hunden con su propio peso el único medio que les puede salvar de la muerte.
Incrédulos, atónitos, despernados quedan los habitantes de la balsa al ver que los botes cortan las cuerdas que los unen a ellos. Quedan a la merced del mar, sin nada donde asirse para evitar que el empuje de las olas se los trague para siempre y con escasas provisiones para alimentarse. Cunde la desesperación y todos luchan por conseguir un puesto en el centro de la balsa, las armas están en manos de la oficialidad que no duda en hacer uso de ellas. La acción combinada de la fuerza del agua con la del plomo dejan veinte cadáveres como alimento para peces en la primera noche.
Pólvora, estrellas y sables se mezclan en la segunda noche. Un "motín" de la marinería es sofocado con mano dura por la oficialidad, sesenta y cinco muertos no ven el nuevo día. Aún demasiados para las escasas provisiones, Savigny seleccionará, como un dios cuyo Olimpo fuesen unas tablas, quien está suficientemente fuerte para sobrevivir, el resto muere a manos de los más fuertes (en este caso de los poseedores de las armas) sin piedad alguna.
Desesperación, locura y sed acosan a los supervivientes, más de uno se lanza directamente sobre los cadáveres para devorarlos, Savigny decide cortarlos en finas lonchas y secarlas antes de su ingesta. El agua se acaba y deben beber sus propios orines para no deshidratarse.
Once, doce, trece días pasan hasta que el bergantín “L´Argus” los rescata. Cuatro de los supervivientes mueren de indigestión en el barco rescatador al beber tal cantidad de agua y comer tanto que les estalla el estomago encogido en los días de abstinencia. Savigny, destinado a ser un gris cirujano de la marina, alcanza fama y notoriedad al escribir el tratado: “Los efectos del hambre y la sed entre los naúfragos”. El azar siempre tan irónico, hasta en el momento de la salvación
Suscribirse a:
Entradas (Atom)