Brausen se ha despertado alterado por un temblor de tierra, inaudito e insolente se ha atrevido a molestar el sueño del maestro. La naturaleza no respeta ni a las mentes privilegiadas.
Agosto es un mes agridulce en la ciudad, y más aún en Madrid, se vacía de gente y se llena de tranquilidad, el sol parece más tenue y el cielo se vuelve cada día un poco más sucio. Por las noches refresca y se duerme bien.
Parece otra ciudad, se olvidan los mantos de coches que cubren el asfalto y solo tienen prisa los turistas tratando de ver cuanto más monumentos mejor.
Me siento extrañamente bien con estas circunstancias, siempre me ha costado abandonar Madrid en Agosto, es como mi pequeña isla desierta en medio de la frenética actividad normal de la urbe. Existe una complicidad entre los que nos quedamos, como si nos solidarizasemos entre nosotros por resistir sin huir o quizás nos reímos calladamente de aquellos que corren descabezados a las playas atascadas de personas, en la cuales hay que pedir número para conseguir unos centímetros cuadrados de arena. Supongo que hay gente que necesita vivir constantemente aglomerada, sea cual sea el mes del año en que está o el lugar donde asienta sus pies. Tardar diez horas en llegar a su destino y otras tantas en volver, encontrarse casi exactamente a la misma gente que son sus vecinos habituales a quinientos kilómetros de distancia y tener que hacer gimnasia rítmica para poder acercarse a la barra de cualquier bar a pedir una caña.
Eso no son vacaciones para mí, es más de lo mismo, cierto es que yo huyo de las aglomeraciones como del regueton, pero concibo mis días de asueto como un tiempo para descansar de lo que suelo hacer o sufrir habitualmente, no para hacer o sufrir (quizás más sufrir que hacer) lo mismo permutando los lugares y espacios.
Os dejo un poemilla de Antonio Machado sobre Madrid, lo escribió cuando estaba en plena batalla en 1936, pero salvando las distancias se puede aplicar a los días que nos ha tocado vivir, fuera del mágico Agosto, en la capital:
¡Madrid, Madrid! ¡Qué bien tu nombre suena,
rompeolas de todas las Españas!
La tierra se desgarra, el cielo truena,
tú sonríes con plomo en las entrañas.
Brausen, aún temeroso de una replica del terremoto, recomienda a Circodelia, estos grandes ignorados del rock nacional, vibrantes en concierto y cuidadosos en estudio. La canción: "El mundo vuelve a girar". Gran frase esta y tan aplicable a Brausen: "Voy tirando piedras con las que he de tropezar..."
2 comentarios:
Cada vez nos parecemos más a los rebaños de ovejas bobas, donde van una van todas.
Bendita tranquilidad y soledad¡
Aún tengo pendiente un comentario, si no te importa que lo haga un poco a destiempo.
A mi también me gusta la ciudad (en mi caso algo más al sur) en verano, es un placer poder ir a cualquier lado sin tener que esperar las interminables colas y el bullicio.Lo del calor se lleva algo peor,xq aqui nisiquiera refresca de noche,jeje, pero es un mal menor.Ademas en años como este en los que el tiempo es clemente se sobrelleva mejor.
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