Para crear una novela se puede prescindir de
muchas cosas, de un tiempo, de un espacio, de descripciones ampulosas, de
veleidades y de complementos fatuos, pero nunca de unos personajes carismáticos
sobre los que la historia pueda desarrollarse y crecer de una manera frondosa y
vertical.
Yuri Herrera basa "La transmigración de los
cuerpos" en el Alfaqueque, que haciendo honor a su nombre trata de redimir
cautivos y buscar la paz de sus congéneres usando el antiguo arte de escuchar y
hablar, "ayudaba al que se dejaba ayudar. Muchas veces la gente nomás
estaba esperando a alguien que viniera a abajarle la bilis y a ofrecerle una
manera de salirse de la pelea; y para eso servía ajustar el verbo. El verbo es
ergonómico, decía, sólo hay que saber cazarlo con cada persona.” En la misión
que se le encomienda se encuentra con dos familias de viejos enemigos que cruzan con rehenes procedentes de sus rivales.
Para aderezar la rocambolesca trama principal, la ciudad se ve asolada por una
extraña plaga y el Alfaqueque empieza una relación con la Tres Veces Rubia su
vecina de pensión.
El lenguaje es claramente popular y lleno de
giros procedentes de México, pero con una sabiduría y una retranca en la que
late en el carácter del Alfaqueque, filósofo de bolsillo y barra de prostíbulo.
He aquí algunas de sus frases: "Todo lo bueno es pedazo de algo
horrible", "así como le daban lastima los que no saben lo que se
siente al ver una ciudad grande por primera vez porque han crecido en ella, o
el que no recuerda lo que es sentirse guapo por primera vez, o por primera vez
besar a alguien a quien parecería imposible besar; no sabes de milagros"
En este mundo de enfermedad, hampa y sexo
(magníficas son sus descripciones en este manido tema, demostrando una vez más
que la imaginación no tiene límites) el Alfaqueque es un Quijote de la palabra,
un cruzado del verbo, un ser diferente en el maremágnum que nos arrastra a
todos.
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